No
creas que te vas a librar, pringao, re-listo. Yo sé quién eres y se lo que
haces.
Genaro
anda de un lado a otro en el piso que tiene alquilado en la calle Felipe De
Diego, en Palomeras. Es un piso vacío, pequeño, sin muebles. Un espacio en el
que solo hay cuatro muebles de cocina sin usar y una especie de catre en un
lado. Parece un estudio “okupado” más que alquilado, quien entre no puede
pensar que alguien esté viviendo allí.
En
el suelo, dispersas, un montón de notas escritas en cualquier soporte
inesperado: una servilleta, un billete de metro, un trozo de papel higiénico,
un vaso de café de cartón abierto en abanico… y una foto de Pablo en la puerta
del museo hablando con alguien. Parece una mendiga.
Genaro
sale del piso y se pasa por el Carrefour que hay dos calles más allá, compra
una Coca cola zero y unos Doritos y de paso se lleva un cutter escondido en la
chaqueta. Por suerte no pita al pasar por el arco y sale bebiendo con ansia ese
líquido que aumenta su estado de vigilia, para pensar bien.
çÇç
No
era la primera vez que se dirigía al museo, la diferencia es que esta vez
entraba por la puerta de servicio, contratado como vigilante de seguridad. Le
había favorecido su disposición a trabajar por las noches, no debían tener
muchos aspirantes a ese puesto, dios sabrá por qué. Qué cojones le importaba.
Ahora Genaro va con un uniforme nuevo y cuando le ha visto la Toñi salir del
cuarto casi se cae de culo de la impresión.
—¿No
te habían echao? ¿A dónde vas tan
pinturero?
—Nuevo
destino guapa. Me dan otra oportunidad en un museo, a vigilar de noche.
—Pues
ya estás tardando en buscarte un sitio, que necesito alquilar esa habitación pa llegar a fin de mes.
La
otra vez fue acompañando a su cuñao,
para un trabajito. Entraron casi a escondidas, jugándosela para evitar las
cámaras, pero un favor es un favor y no le podía decir que no al marido de su
hermana. Menuda es. Sobre todo, teniendo en cuenta que le estaba dejando un
cuarto para dormir hasta que volviera a poder pagarse un alquiler. Tampoco
tenía que echárselo en cara a cada minuto, la muy zorra. Y menos a cambio de
ayudar a ese inútil que no hacía más que meterse en líos. ¿Cuánto le habrían
pagado por sacar las cajas del museo? A saber qué contenían para pesar tanto y encima
tener que hacer el porte por la noche…
Mañana
mismo me busco un piso y me largo de la casa de esos dos. Le regalo unas
madalenas y quedo como un jentelman, para
que se entere esa de lo que es capaz su hermano, que tengo una educación y un
respeto por la familia.
Creo
que es ese el museo. Me dijeron que entrara por la puerta lateral, supongo que
será esa.
—Buenas
noches, me llamo Pablo. No hace falta que te presentes, supongo que eres “el
nuevo” ya me informaron de la central que hoy llegarías. Sígueme. Te enseño
donde está el vestuario y cuando te hayas cambiado, vemos las fichas de órdenes
y hacemos una ronda. ¿Cómo te llamas?
Me
recibe un compañero cuya cara me es familiar. Dónde he visto yo a este tipo.
Bueno vamos a empezar bien el primer día, qué me digo, la primera noche.
—Genaro,
Genaro Estevez. Hasta ahora hacía de conserje en una urbanización de lujo, pero
me echaron.
La
culpa fue de los compañeros, ese resabio que se las quería dar de listo y los
otros dos que le seguían como borreguitos. Estuvo malmetiendo hasta que me
echaron. Pero esos tres tuvieron su merecido: los largaron del trabajo cuando
los denuncié por acoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario