Normandie

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jueves, 28 de mayo de 2015

El tipo de la gorra

Una mañana me desperté y pensé que lo mejor que podía hacer era ir a comprar el periódico. Quizá encontraría algo que cambiara mi tediosa vida. En mi casa se daban múltiples usos al periódico: una vez leídos los sucesos, mi padre lo soltaba y comenzaba la pelea entre mis hermanos para conseguir los pasatiempos y las viñetas de humor. Mi madre miraba los anuncios, nunca supe qué buscaba en realidad, y luego separaba las hojas, las rompía en diferentes tamaños y los guardaba en el cajón. Unas hojas servirían para envolver los plátanos en la nevera que, según la vecina del tercero, hacía que se conservaran mejor y no se pusiera negra la piel, otras se usarían para limpiar los cristales: «No hay nada como el papel de periódico para que queden los cristales brillantes y transparentes». En fin, que no había dinero y se sacaba partido de todo.

Cogí a mi perro, bueno, digo mi perro porque estaba perdido y me siguió un día y desde entonces se ha quedado conmigo: Donde caben dos, caben tres; ya lo dice el refrán, y salí de casa. En el descansillo me encontré al portero limpiando los buzones de correo. «Buenos días. Está fría hoy la orilla para salir tan temprano». Anselmo, siempre tan amable y dispuesto. Al fin y al cabo, ese era su trabajo: limpiar la escalera y el portal y asegurarse de controlar las entradas y salidas al bloque, con la autoridad que le dotaba el puesto y ese uniforme gris de portero de la finca, amén de ayudar con solicitud a cada ama de casa cuando volvía cargada con el carrito de la compra desde el mercado de Canillas. Apoyado en la verja del jardín un tipo daba caladas a lo que quedaba de un cigarro, miraba de lado debajo de una gorra sucia y gastada. Parecía estar esperando a alguien. Pase a su lado y sentí que me seguía con la mirada.

Mi barrio es como un pequeño pueblo en el que todos nos conocemos. Casi todos los que tenemos mi edad hemos nacido en él, cuando nuestros padres llegaron de provincias buscando trabajo para progresar en la vida. Somos los hijos de la inmigración de los años cincuenta y sesenta a las ciudades, de horas y horas de trabajo en  pluriempleos que daban para sacar adelante familias de cuatro o cinco hijos y aun así había hueco para compartir vivienda con los abuelos y algún tío soltero. Como las casas no pasaban de setenta u ochenta metros, se estiraban las habitaciones con toda suerte de ingenios para ocultar camas en lugares inverosímiles: bien se desplegaba una cama al abrir la puerta de un armario o aparecía tras la puerta baja de la librería del cuarto de estar, o se llenaba un dormitorio de literas cruzadas, camas turcas, sofás-cama y toda suerte de camas desplegables, para conseguir colocar a las ocho personas o más, que habitaban ese piso.

Cogí la calle hacia la Iglesia sujetando bien al perro porque, en cuanto se cruzaba con otro, se erizaba y se ponía a ladrar como una fiera. En la puerta de la Iglesia, además del mendigo habitual, estaban dos de mis colegas del barrio con las bolsas de deporte en el suelo, charlando. Por su aspecto despeinado, estaba claro que se habían pegado un madrugón y habían salido de casa con las sábanas pegadas y el chándal puesto con prisa y desgana, y que se habían saltado el paso por el baño para limpiarse al menos las legañas y pasarse el peine. « ¿Qué haces por aquí a estas horas? Si fuera por mí aún estaría sobando. Pero ya que has madrugado, podrías venirte al partido y así al menos tendríamos algún animador. Vente, que luego nos iremos a tomar unas birritas y deja a esos amigotes de los perros que te has echado últimamente. Te van a traer problemas algún día». Sin pensármelo dos veces, asentí y quedé con ellos en la cancha del colegio donde se jugaba el partido. El tipo que había visto antes venía caminando hacia nosotros. No le di más importancia y, como aún quedaba más de una hora, pensé en tomarme algo caliente y me dirigí a la churrería que está a dos manzanas de la Iglesia. Un par de churritos calentitos con chocolate me harán entrar en calor.

Al salir, vi de nuevo al tipo de la gorra que seguía en la puerta de la iglesia hablando con otros dos, hablaban mirando al suelo y, de vez en cuando levantaban la vista con recelo como asegurando que todo estaba en orden a su alrededor. Se quitó la gorra, se rascó la cabeza y comenzó a alejarse de los otros dos sin retirar la mirada de la gorra que llevaba en la mano.  Mis pasos me llevaron a la calle de Alcalá, el tipo me intrigaba y sentí curiosidad, así que le seguí a cierta distancia. Se había levantado el sol, el día estaba precioso, me deleité paseando por la acera, haciendo como que miraba los escaparates. Como era pronto, no había demasiada gente en la calle ni tampoco mucho tráfico, se agradecía el silencio, bueno si podemos entender que llamamos silencio en una ciudad a la sensación de un momento en el que se reduce el ruido habitual. Pasé por delante de la plaza de toros de las Ventas, la Monumental como le dicen en la tele, cruzando varios puestos que estaban montando porque seguro que por la tarde había corrida a las cinco. Delante de la plaza, vi un quiosco de periódicos y me di cuenta de que aún no lo había comprado.  

Me dirigía hacia el quiosco cuando el tipo de la gorra cruzó el semáforo hacia la calle que lleva al parque de la Fuente del Berro. Es un parque precioso en el que jugaba cuando era niño. Es sombrío y fresco y allí pasábamos las tardes de verano mis hermanos y mi madre, que nos llevaba en una bolsa de plástico la merienda. «Esto es gloria bendita –decía- ¡qué bien tienen que vivir los ricos en palacetes con jardines como este!» Tiene una gran cantidad de árboles, todos diferentes, y lo que más me gusta: los pavos reales. Según te acercas, puedes oír el graznido de los pavos y, si tienes suerte, ver a los machos desplegando el abanico azul eléctrico que tanto gusta a sus descoloridas hembras. El guarda, al verme, me saludó, le conocía desde chiquillo, y me preguntó si le podía echar una mano con la cerca del estanque de los patos, se había caído y no la podía sujetar él solo. Yo, como no tenía nada mejor que hacer, até al perro al tronco de un árbol y agarré la malla metálica mientras él la clavaba a las estacas. Mientras le ayudaba, pude ver a lo lejos al tipo de la gorra paseando por allí, sin prisa, mirando de vez en cuando alrededor. « ¿Te has enterado de lo que pasó anoche en el parque? ¡Ha salido hasta en el periódico de hoy!» Pues no, no me había enterado. Claro, si aún no había comprado el periódico. Algo me decía que hoy tenía que comprarlo. «Parece ser que unos colgaos se juntaron allá abajo para hacer pelear a sus perros y dio la mala suerte de que pasara por allí una chavala en bici y se fueron tras ella. Dice que no la han dejado nada bien los chuchos. Ahora su padre se pasea por aquí a ver si los encuentra y no quiero pensar lo que les haría. Porque le han fastidiao bien la vida al tipo. Malditos haraganes malnacidos… ya se podían dedicar a arrimar el hombro en vez de tirar el tiempo con jueguecitos crueles. Pobres animales y pobre chica…Mira, ahí viene». 

Por el sendero, el tipo de la gorra se acercaba con paso decidido hacia nosotros.

Sin batería

Pensé en darle una sorpresa. Las cosas no iban muy bien últimamente entre nosotros y, sin pensarlo dos veces, me había plantado en el aeropuerto a esperar su vuelo. Debería comprarle algo  -pensé- pero el reloj marcaba las nueve y media de la noche y las tiendas del aeropuerto ya habían cerrado. El vuelo de Los Ángeles tenía prevista su llegada a Madrid a las diez y media así que aún tenía tiempo de dar una vuelta. Me dirigí al pasillo de la T4 y comencé a caminar entre locales con las persianas echadas. Acostumbrado al barullo habitual del aeropuerto por las mañanas, a esta hora se veía solitario y oscuro, a pesar de la iluminación.
Un hombre cansado pasaba una mopa por el suelo, dibujaba figuras imaginarias que solo veía en su mente para hacer más llevadero el trabajo de la noche. Seguro que pensaba en sus hijos, lo que le estaba costando que fueran a la escuela, qué ingratos, no saben lo que les espera como sigan así. Y sus ojos se cerraban cansados, mostrando las arrugas de las horas pasadas dando movimiento al palo de la mopa, obligando a mostrar un brillo indeseado a esos suelos tan transitados.

Seguí caminando hasta que percibí un pequeño café abierto y allí me acomodé con un solo doble, sin azúcar, en la mano. Mientras lo sorbía sin saborearlo, me acerqué al tablero con los horarios y descubrí lo que todo el que espera teme: Retraso estimado de una hora. Volví tranquilamente hacia el establecimiento y degusté tranquilamente el café mientras consultaba las noticias en el smartphone. Acabé el café y vi que aún tenía unos minutos, así que pasé a los servicios para aliviar la espera tras la ingestión del líquido. La luz se apagó. ¡Vaya! En qué momento, qué inoportuno. Como pude, terminé y me acerqué a tientas al lavabo. Traté de encender la linterna del teléfono pero una pequeña luz roja indicaba que la batería estaba en las últimas, bueno que se había descargado. Oí un pestillo que se cerraba y pensé que no podía ser cierto, me abalancé hacia la puerta de salida e intenté abrirla, pero mis temores se confirmaron: me había quedado encerrado en los lavabos. Sin luz. Sin batería. Golpeé la puerta con los nudillos y grité para que supieran que estaba allí, para que alguien me abriera. Deseé que estuviera aún por allí el hombre de la mopa. Nada, nadie contestaba. Tras las palabras salieron los gritos: « ¡Abran! Por favor, abran la puerta… ¿Hay alguien ahí?» Nada. Dicen que agitando la batería se recarga, lo justo para una llamada de emergencia…Lo agité frenéticamente pero no se encendió. Ni siquiera una leve luz roja. ¿Qué hora será? ¿Habrá aterrizado el vuelo ya? Si llega a casa y no estoy… ¡Dios! La he fastidiado, esta vez sí que la he fastidiado. Empecé a aporrear la puerta con todas mis fuerzas. Si no queda nadie por aquí, me toca una noche en los lavabos. Tengo que hacer algo. Recorrí el pequeño espacio para pensar si había alguna posibilidad de salir de allí pero no encontré más que cuatro paredes de resina y una puerta cerrada con pestillo. Quién se va a creer esto… no lo puedo contar. Es ridículo. Me senté en el suelo. Me dormí.

Sentí una mano en mi hombro y abrí los ojos.
—Señor, ¿se encuentra bien?
  ¿Qué hora es? ¿Qué hora es?
—Son las once y media.


Salí corriendo, casi tiré a la señora de la limpieza que me había despertado. Me fui corriendo a la puerta de llegadas donde estaban saliendo los viajeros con las maletas. Pocos nos habíamos acercado a recibir a los pasajeros.  Respiré profundamente, tranquilo, has llegado a tiempo. Busqué entre los que iban saliendo y me pareció verla a ella cuando se abrió la puerta. Se volvió a cerrar y a abrir de nuevo según iban saliendo. Por fin se abrió la puerta y apareció empujando un carro con dos maletas y del brazo de un tipo de buena planta. Me escondí tras la columna más cercana y salí corriendo hacia los lavabos.

El último número

 Hola Paco, dame un número bonito.
— ¡Hombre, Julián! Cuánto tiempo que no te pasas a saludar…
 Sí, hace tiempo que dejé de hacer muchas cosas.
 Tengo un tres, seguro que te va bien, además el tres es el número del optimismo, la felicidad, el disfrute de la vida…y me parece que tú lo necesitas.
 Bien. Me vale un tres. Toma, no llevo cambio.
 Para eso estamos, hombre. Ten, la vuelta.
 ¿Y no me vas a contar cómo viene la tarde? Como hacías antaño.
 Antaño… Dejé de mirar por la ventana, Paco.
 No me digas que al final se marchó.
 Todo termina en esta vida.
 Ya decía yo que no venía últimamente.
 Somos gente de rutina en este barrio. Café con porras en El Sol, número cada viernes por si cae, partidita de dominó con el carajillo de después de comer…
 Eso no debería acabar nunca.
 No, no debería.
 Julián, ella me contó…
 Mentía.
 No era mujer de chismes y mentiras.
 Mentía Paco, te digo que mentía.
 La asustaste, tío.
 Teatro, puro teatro.
 Lo saben en el barrio.
 Me importa un carajo el barrio. Cada uno en su casa…
 Hay límites a la intimidad, Julián.
 Son todos unos chismosos, les gusta hurgar en vida ajena.
 Julián, ya sabes que te aprecio.
 Si, lo sé.
 Llamé a la pasma.
 Lo sé.
 Te he vendido el último número.
 Cierto.
 Qué le vamos a hacer. Todo se termina, hasta los números.
 Lo siento Paco. Guardaré este último número de recuerdo. Adiós. Saluda a mi Consuelo si te tropiezas con ella allá donde vayas. Ya oigo la sirena que se acerca. Me voy a tener que alejar del barrio por un tiempo. Todo se termina.

lunes, 25 de mayo de 2015

Ritmo

Llega corriendo a casa desde el trabajo, aparca el coche y sube a su piso. Entra y saluda a su perro, que la mira adormilado como pensando «Dónde irá tan deprisa mi ama», sin apenas levantar la cabeza del suelo. Entra en su habitación mientras se va quitando la ropa que deja tirada por donde pasa mientras coge la ropa de deporte, se ata una coleta y, con la bolsa en la mano, sale de casa y se desliza escaleras abajo hacia la calle que lleva al gimnasio.

«19:00h»
Hola chicas ¿cómo estáis?
No viniste la semana pasada…
Empezamos, coged mancuernas, espaldas derechas, abdominales en tensión…
Seguimos el ritmo derecha uno, dos, tres, cuatro, izquierda uno, dos, tres, cuatro,…

« ¡Qué cansada estoy hoy! Me habría quedado en casa tumbada en el sofá… ¡Vaya! Se me ha olvidado llamar a Lucy para felicitarla en su cumpleaños…Lucy siempre ha sido alguien muy especial, se reservaba para un amor que nunca llegó. Le sobraba inteligencia y lecturas para los chicos que había por allí. Salíamos a recorrer los campos después de comer, como todos los días. Quedábamos en el paseo de la plaza, con nuestros ciclomotores. Hoy, por la vereda la gitana. Vale. Vamos. Olía a paja mojada, el cielo estaba precioso, lleno de ondulaciones grises y blancas que barruntaban tormenta cercana. Nos abrazábamos a nuestras motocicletas por los caminos de tierra, en los atardeceres de principios de septiembre, cuando el otoño avisaba del fin ya próximo de las vacaciones y nos anunciaba que tendríamos que abandonar los campos para volver a la ciudad para iniciar un nuevo curso en el instituto. Mientras se separaban las hileras de árboles a mi paso y, tras saludarme con sus ramas, se alejaban por mis costados, yo inspiraba despacio, profundamente, ese aire emocionado del otoño, oía el canto de las chicharras y me dejaba llevar, disfrutando de la velocidad. Nos sentíamos libres y privilegiadas a cincuenta por hora, daba igual a dónde llegáramos, cualquier pueblo estaba bien y nos acogía ofreciéndonos agua fresca de la fuente de la plaza, para volver a cualquier hora del atardecer a nuestras casas, cambiarnos para salir a la terraza y pasar lo que quedaba del día con nuestra panda, sin tener por qué hacer nada especial, solo estar juntos…»

Seguid el ritmo, extended los brazos y los subimos y bajamos  
Un paso a la izquierda, levantamos derecha, espalda recta y tripa hacia adentro
En ocho cambiamos de lado uno, dos, tres, cuatro,..
«19:10h»

«La casa ahora está descuidada. Desde que me casé ya no hemos vuelto en los veranos. Este viernes tengo que ir, me acercaré tras el trabajo a ver si todo sigue en orden y no han vuelto las termitas. Son como un cáncer,  no las oyes, no sientes su presencia, no dejan ver los síntomas de la enfermedad que están llevando a la casa, ocultas en los muros de la casa, socavándola, hiriéndola mortalmente pero manteniendo las bambalinas del exterior de los muros para que parezca lo que una vez fue pero con el alma vacía y a punto de derrumbarse. Insectos ciegos buscando la humedad que rezuman las paredes agotadas por el tiempo, en orden marcial y concienzudo. ¿Dónde está vuestro nido? ¿Dónde vuestras reinas criando? Me siento como el ángel exterminador, arrasando con trampas la colonia para que no quede ni un superviviente de la plaga»

Ahora al suelo, coged las colchonetas, las gomas elásticas y las pelotas de goma  
Colocando la pelota bajo el sacro, hacemos bicicleta
Uno, dos, tres, cuatro,…
Vamos, más velocidad, más altura, más ritmo
« 19:30h»

«Tendría que arreglar esa casa, qué pena ver cómo se va destruyendo, desgarrando, poco a poco, con agonía y sufrimiento. Por qué no me decido…Apenas he vuelto a ver a mi prima Lucy, y éramos almas gemelas, inseparables. La echo de menos. ¿Por qué no la llamo? Su amistad y la casa siguen la misma destrucción del olvido y la falta de cariño. Si ambas hubiéramos seguido con nuestros novios de la panda, como el resto de amigas, allí siguen, en el pueblo, reuniéndose en la terraza todos los veranos, ahora con sus hijos, pero nosotras buscábamos más, ansiábamos más, nos ahogaba el horizonte tan cercano, buscábamos al otro lado de la verja, al final del camino y hemos terminado en otras vías, en otras vidas, en raíles paralelos que siguen buscando pero ya no se encuentran. Hace ya más de treinta años…»
Coged la pelota con las manos y llevamos los brazos a la derecha y las piernas a la izquierda…en uno, dos, tres, cuatro,…  
«19:45h»

« Cuando vaya este viernes la llamo a ver si está por allí. Podría decirle a mi tía que el primer sábado que haga bueno nos vamos a la huerta y hacemos unas migas. Qué ricas las migas, con magro, chorizo, huevo frito y uvas. Deliciosas. Seguro que cuando vaya me tiene preparado un cafetito con toledanas y mantecados. El mantel de las visitas en la mesa camilla, los dos sillones de oreja con las puntillas de ganchillo sobre el respaldo y los brazos. Las tazas de la vajilla buena, para una vez que vienes, no te voy a poner las tazas de diario… ¿tomas leche con el café? ¿Azúcar? No sé cómo te puedes tomar el café tan amargo, yo lo tomo con una cucharadita de leche condensada, que está tan rico. Ahora lo llaman café bombón, según me dijo Mario, el del bar de la plaza.»

Estirad para no tener agujetas mañana, pierna derecha uno, dos,…
Pierna izquierda uno, dos,…
Uno, dos,..
«20:00h»
Recogemos y hasta el lunes


Sube por la calle relajada, una sonrisa en los labios, disfrutando de la tarde, el paso lento, disfrutando el paseo. Saluda a los vecinos que se encuentra y charla con ellos, siempre una palabra amable. Saca el teléfono del bolsillo y llama a Lucy.