Ese
cuadro no estaba ayer, seguro que no. No lo recordaba así. Encendió la linterna
y lo iluminó según se iba acercando. Esto no le debería estar pasando a él.
«Solo
quedan dos meses para jubilarme» se repetía una y otra vez en el metro camino
al museo, para darse ánimo. Cada día se le hacía más duro el despedirse de Lola
tras la cena, salir a coger ese metro que le llevaría al centro de la ciudad,
junto a la Plaza de Neptuno, cruzarse con un grupo de jóvenes que llevaba
varias copas encima, esa pareja en el rincón en penumbra, abrazados, apurando los
minutos antes del último metro, cada uno a su casa, aún tan jóvenes. Los
camareros del Starbucks corriendo, cansados, acaban de cerrar, vuelve a llover
y van sin paraguas ni impermeable. Es tan variable el tiempo en estas fechas.
Yo mismo me cierro la chaqueta como puedo con las manos y escondo de la lluvia
el paquete con el bocata que me ha preparado Lola para aguantar la noche. Tan
larga.
La
puerta de empleados del museo estaba cerca del metro así que no llegó a mojarse
mucho. Se quitó la ropa de calle en el vestuario y la extendió para que se
secara y se vistió el uniforme, llaves, linterna, gorra, walkie… código de la
caja fuerte para coger la pistola y colocársela en el cinturón. Lo que menos le
gustaba. Hasta ahora no había sido más que una parte del uniforme, menos mal, y
esperaba que así fuera hoy también. Y eso parecía cuando empezó la ronda.
No
puede ser, estos artistas cada vez se pasan más. Les gusta el gore. A quién le
puede gustar esto. Madre mía. Si parece…
Notó
que los pies resbalaban, algo pegajoso cubría el suelo alrededor del cuadro. Un
fuerte golpe en la cabeza por detrás y dejo de ver.
çÇç
—Buenos
días Rosi, la que está cayendo. Como siga así vuelven a cerrar el túnel de
Santa María de la Cabeza y ya tenemos follón de tráfico.
—Si
vinieras en metro o en bus como yo no tendrías atascos.
—Por
cierto, ¿dónde se habrá metido Modesto? Tiene aún su ropa en el vestuario. ¿Le
has visto?
—Pues
no. Qué raro. Ve abriendo las salas mientras me cambio.
Rosi
se acercó a la sala de exposiciones temporales, abrió las dos puertas, las fijó
con los pasadores y miró al frente, al gran cuadro que se titulaba “Naturaleza
muerta” y no pudo evitar dar un grito de horror que se escuchó en todo el museo
y al que acudió Rafa corriendo, aun colocándose la camisa y el cinturón. Encontró
a Rosi paralizada ante el cuadro. La cara de Modesto miraba desde una esquina,
al lado, unas manos atadas con alambre saludaban al visitante, colgando como
péndulos, más allá, un corazón latía con el aire recibido por unas cánulas de
plástico conectadas a un pequeño ventilador eléctrico. Dos pies ensangrentados
parecían andar movidos por una especie de noria que giraba y a la que estaban
enganchados por un cordón plateado.
A
lo lejos se oía a un grupo de gente acercarse. Los primeros visitantes de la
mañana comentaban con curiosidad la noticia del anuncio de la exposición en el
periódico: “El arte de las naturalezas muertas” revisitado por el autor más
creativo y premiado del momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario