Normandie

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sábado, 26 de enero de 2019

MUSEO C1. Naturaleza muerta.




Ese cuadro no estaba ayer, seguro que no. No lo recordaba así. Encendió la linterna y lo iluminó según se iba acercando. Esto no le debería estar pasando a él.

«Solo quedan dos meses para jubilarme» se repetía una y otra vez en el metro camino al museo, para darse ánimo. Cada día se le hacía más duro el despedirse de Lola tras la cena, salir a coger ese metro que le llevaría al centro de la ciudad, junto a la Plaza de Neptuno, cruzarse con un grupo de jóvenes que llevaba varias copas encima, esa pareja en el rincón en penumbra, abrazados, apurando los minutos antes del último metro, cada uno a su casa, aún tan jóvenes. Los camareros del Starbucks corriendo, cansados, acaban de cerrar, vuelve a llover y van sin paraguas ni impermeable. Es tan variable el tiempo en estas fechas. Yo mismo me cierro la chaqueta como puedo con las manos y escondo de la lluvia el paquete con el bocata que me ha preparado Lola para aguantar la noche. Tan larga.
La puerta de empleados del museo estaba cerca del metro así que no llegó a mojarse mucho. Se quitó la ropa de calle en el vestuario y la extendió para que se secara y se vistió el uniforme, llaves, linterna, gorra, walkie… código de la caja fuerte para coger la pistola y colocársela en el cinturón. Lo que menos le gustaba. Hasta ahora no había sido más que una parte del uniforme, menos mal, y esperaba que así fuera hoy también. Y eso parecía cuando empezó la ronda.

No puede ser, estos artistas cada vez se pasan más. Les gusta el gore. A quién le puede gustar esto. Madre mía. Si parece…
Notó que los pies resbalaban, algo pegajoso cubría el suelo alrededor del cuadro. Un fuerte golpe en la cabeza por detrás y dejo de ver.

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—Buenos días Rosi, la que está cayendo. Como siga así vuelven a cerrar el túnel de Santa María de la Cabeza y ya tenemos follón de tráfico.
—Si vinieras en metro o en bus como yo no tendrías atascos.
—Por cierto, ¿dónde se habrá metido Modesto? Tiene aún su ropa en el vestuario. ¿Le has visto?
—Pues no. Qué raro. Ve abriendo las salas mientras me cambio.

Rosi se acercó a la sala de exposiciones temporales, abrió las dos puertas, las fijó con los pasadores y miró al frente, al gran cuadro que se titulaba “Naturaleza muerta” y no pudo evitar dar un grito de horror que se escuchó en todo el museo y al que acudió Rafa corriendo, aun colocándose la camisa y el cinturón. Encontró a Rosi paralizada ante el cuadro. La cara de Modesto miraba desde una esquina, al lado, unas manos atadas con alambre saludaban al visitante, colgando como péndulos, más allá, un corazón latía con el aire recibido por unas cánulas de plástico conectadas a un pequeño ventilador eléctrico. Dos pies ensangrentados parecían andar movidos por una especie de noria que giraba y a la que estaban enganchados por un cordón plateado.

A lo lejos se oía a un grupo de gente acercarse. Los primeros visitantes de la mañana comentaban con curiosidad la noticia del anuncio de la exposición en el periódico: “El arte de las naturalezas muertas” revisitado por el autor más creativo y premiado del momento.

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