Normandie

Normandie

sábado, 20 de diciembre de 2014

El plumier

Era un plumier rojo. En la tapa aparecían dibujados un lápiz azul, un pincel amarillo y una pluma verde, de las antiguas: con palillero y plumín. Cuando lo encontré estaba colocado sobre la mesa del recibidor, ella lo había dejado allí para que lo viera al llegar. Me hizo mucha ilusión, por el detalle y por lo que significaba en mi vida un plumier de madera, de los que ya no se usaban. Me recordaba mi primer día de escuela, en el barrio. Mi madre cogiéndome la mano y antes de dejarme en clase, con un beso, me alargó un plumier nuevo con un lápiz y un borrador dentro. Nada más. Permaneció en mi cartera hasta que recogí mi título de ingeniero, con tiralíneas y compases y lapiceros de distintas durezas y grosores de mina.

Sin quitarme siquiera el abrigo, deslicé la tapa despacio, como si estuviera abriendo el cofre de un tesoro, intentando adivinar con cierta ansiedad qué guardaba ese plumier, qué había dejado ella dentro. Pero no había lapiceros, ni goma, ni sacapuntas, no había pluma ni pinceles, lo había dejado vacío. Vacío. Se me ocurrió entonces que el no guardar nada dentro quería decir que ella me ofrecía el plumier y era yo quien tenía que decidir con qué lo iba a llenar, qué objetos eran dignos de albergarse dentro. Sentí un estallido de emoción que me empujó a elaborar una lista de objetos. Me quité el abrigo, me hice un té y me senté en el sofá del salón con libreta y pluma para empezar a escribir la lista. Cuando ya llevaba una buena colección de objetos, me paré y comencé a revisarla desde el principio, objeto tras objeto. Entonces, mi entusiasmo inicial cambió a desazón: ninguno se merecía quedar fuera, ninguno era digno de ser el elegido.

Los siguientes días, cuando llegaba a casa terminada la jornada, decidir qué era digno de ser guardado en el plumier se convirtió en una obsesión, tenía que descubrir qué era lo que yo realmente consideraba que debía custodiar el plumier, algo que me fuera muy preciado. Algo muy importante para mí… ¿recuerdo del pasado? ¿significativo de este momento, del ahora?, ¿algo que permaneciera de mi en el futuro? Pretendía encontrar un objeto que me definiera, que me representara, que me distinguiera, una parte de mi cuerpo, un rincón de mi alma.

El invierno trajo días cada vez más cortos, el tiempo frío y gris impedía los agradables paseos del otoño y retenía a las gentes en sus hogares. Pero yo estaba sólo, hacía solo tres meses que había aterrizado en la ciudad y apenas conocía a nadie más que a mis compañeros de trabajo. Tras acabar la jornada, un “hasta mañana” cerraba toda posibilidad de acercamiento; ellos se dirigían a sus barrios, con sus amigos, con sus familias, y yo llegaba al apartamento alquilado, impersonal, frío, vacío. Decidí acercarme al centro comercial, allí habían abierto una papelería nueva que tenía objetos de diseño maravillosos. Entré a comprar algo para mi plumier: lapiceros de colores, chinchetas, pegatinas, clips, grapas, gomas, tinteros, todo me atraía y me dejé algunos euros porque todo me gustaba.

Pasé más de un mes dándole vueltas, pensando en mí, centrado en el plumier, hasta que una vez, al mirarlo, me vino su imagen a la mente, su sonrisa, el maravilloso regalo que me había hecho y que me tenía obsesionado. Entonces se iluminó la tarde y cambié de dirección, empecé a hacer una lista de objetos que quisiera ofrecerle a ella, que me la recordarán, que le pudieran entusiasmar.

Si pudiera venir a visitarme de nuevo…pero no podía defraudarla, cuando viniera, yo tendría algo dentro del plumier para ella.


Los días cambiaron y la desesperación por encontrar los objetos para el plumier se convirtió en alegría y deseo, empecé a escribir la lista de todo lo que quería hacer con ella: visitaríamos el zoo, iríamos al castillo, largos paseos en la feria de navidad entre las casetas, compraríamos adornos para decorar el apartamento, cocinaríamos juntos por las noches recetas inimaginables, dulces y deliciosas, iríamos a ver los patos del lago, tendríamos un perro, una casa abierta a los amigos, siete hijos que llenarían la casa de voces y juguetes,…

Entusiasmado, comencé a dar vueltas al plumier, deslizaba la tapa a derecha e izquierda, lo dejaba, lo cogía, pensé en llenarlo con los lapiceros de colores que había comprado y así lo hice: pero me pareció que quedaba demasiado pobre y uniforme, los saqué y metí la pluma que me regaló cuando nos conocimos, y el lapicero tan bonito que compramos en el museo, la goma “milán” nata blanca…no, no me convencía. Lo llené de canicas de colores, de billetes de metro compartidos, de chinchetas y clips de colores,…sin prestar mucha atención, lo vacié y deslicé la tapa desconcertado; entonces me di cuenta de que la había colocado del revés, mostrando el interior: fue cuando apareció ante mis ojos un texto que ella había escrito y, obsesionado con llenar el plumier, no me había percatado de su existencia. Decía:

Las pequeñas ilusiones nos hacen renacer cada mañana.
 Guárdalas todas en este pequeño plumier


Cogí la pluma, y en un posavasos que guardé de la última cerveza que tomamos juntos escribí: “Guardo aquí mi corazón para ti, para que te lo quedes cuando abras el plumier”. Desde ese día disfruté cada instante del viaje al trabajo, de la tardes paseando y descubriendo la ciudad, de todo lo que iba a mostrarle cuando ella viniera.



lunes, 8 de diciembre de 2014

Promesa cumplida

Había escrito cien veces: te quiero. La primera vez, cuando la conoció. La segunda, en su primera cita. La tercera, cuando la besó. La cuarta, en la arena de la playa. La quinta, la primera vez que unieron sus cuerpos en llamas. La sexta, cumpleaños feliz. La séptima, vivan los novios. De la octava a la octogésima,  una por cada celebración junto a un beso. Desde la octogésima, ella ya no las leyó. Ayer escribió la  centésima, la guardó en el joyero junto con el resto y, sentado en su sillón, paró su corazón con una sonrisa.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Las manos

Poseía pocas cosas, todas ellas eran objeto de su cuidado y su amor: Un pequeño huerto con alberca, una casita aneja al huerto, un pequeño corral con un par de cochiqueras, un gallinero y un establo con dos cabritillos. Aunque, realmente, su posesión más preciada eran sus manos.

Siendo aún una niña, su madre le colocó un delantal y la envió a servir como niñera para ganarse unas pocas perras para la familia. Era muy pequeña, tanto en edad como en estatura, por ello le tuvieron que buscar un escabel para que alcanzase al fogón y a la pila de fregar. Le encomendaron el cuidado de una pequeña de dos años que correteaba torpemente por toda la casona y, como era enérgica y resoluta, acabó ayudando en todas las labores del hogar.

Tenía buena mano para los guisos, así que hizo de cocinera. Con cariño y pericia, conseguía unos recogidos magistrales peinando a las mujeres de la casona, así que también fue peluquera. Y en los pocos ratos libres que le quedaban zurcía y cosía como ninguna otra de las que atendían la casona, así que disfrutaba como costurera. No había arreglo que se le resistiera.

Pasaron los años y la niña que cuidaba encontró un marido, se casó y se marchó del pueblo. La casona se cerró y el trabajo se acabó. Por entonces, ya había formado una familia y tenía un hijo, un varón, así que dejó de cuidar la casona para dedicarse a su propio hogar y a su huerto. Era una casa humilde y pequeña en sus dimensiones pero grande cuando se trataba de acoger a todo el que pasaba por allí. Siempre había chavales del pueblo merodeando por el huerto  y ayudándole con la azadilla y dando de comer a los animales. Disfrutaba enseñándoles las tareas domésticas y para los chicos no había un entretenimiento  mejor. Siempre había un plato de migas o de cocido dispuesto para el que se quisiera quedar a comer con ella.

Un día apareció su hijo con una chica morena cogida de la mano. Madre, esta es la Pepi, que nos queremos casar si nos da su bendición. Lágrimas de emoción brotaron de sus ojos. Una ráfaga de imágenes pasó por su mente. La boda, un pequeñín en la familia, dos, tres,…qué bendición para ella que había trabajado tanto. Y así llegaron sus tres nietos. Por las noches, cansada de la dura jornada, cogía el ganchillo y tejía patuquitos, un jersey, una capotita para la nena. De sus manos salía su amor en forma de objetos creados con esmero. Con unas conchas que le trajeron de la playa, creó ratitas presumidas, quijotes y sanchos, para sus nietas. Con la aguja y el bastidor bordaba mantelerías con vainicas y punto de cruz que eran auténticas obras de arte, sería el ajuar para sus niñas.

Sin embargo, todo le venía devuelto. Su nuera no quería nada de ella. La odiaba. Por su sencillez, por su cariño, por su sabiduría,… no la soportaba. Impedía que su hijo fuera a verla, le tenía atemorizado. A veces él se escapaba del trabajo para acercarse a la casa de su madre, le llevaba fotos de las niñas, y aprovechaba para darle un abrazo. Pero a escondidas. Ahora sus lágrimas ya no eran de emoción, hervían al salir y le quemaban las mejillas.

Qué tristeza… miraba el huerto, los animales, sentía cómo iba envejeciendo y perdiendo las fuerzas poco a poco. Sufría, pero por dentro.
 
Hasta que una mañana apareció en la puerta la Pepi, su nuera, y le dijo que se había enterado de que su marido faltaba al trabajo, por su culpa, y que le iban a expedientar. La amenazó y la insultó. Incluso le exigió que antes de morir les diera el huerto y la casa que por ley en algún momento les tocaría. Su nuera en ese momento era la locura y la histeria en forma humana. El odio y la venganza en la palabra. El cuchillo y la herida en la mirada.

No supo qué decir, no pudo separar los labios. Lágrimas secas llenaban su mirada, pero no brotaban. Lo único que consiguió hacer fue, levantando sus manos, ofrecérselas a su nuera, para quedarse sin nada.  



Recuerdo...

Recuerdo que llovía a raudales cuando se apagó la luz. Mi abuela me estaba enseñando a bordar con el dedal y el bastidor, se levantó y se fue a buscar una vela. Eran aún las cinco de la tarde pero la oscuridad de la tormenta hacía parecer que era de noche. Los truenos retumbaban en el patio que se iluminaba repentinamente como si la luz intentara volver y no pudiera. Mi abuela volvió portando una candela que producía sombras que se acercaban con ella. Me tendió el impermeable, las hueveras de alambre y un pequeño monedero y me pidió que no me demorara porque necesitaba los huevos para hacer la cena. Como no había vuelto la luz, las calles estaban oscuras y a mí me parecía que las sombras que acompañaban a mi abuela ahora venían conmigo. Así, volviendo la cabeza a cada instante, llegue a la calle llamada “Calle de los arroyos” que por algo sería ya que estaba totalmente cubierta por un río de agua que alcanzaba hasta más de medio metro de las paredes de las casas. Solo tenía que cruzar la calle para llegar a la casa de la Amelia que era quien tenía las gallinas y vendía los huevos. Pero el pueblo había quedado dividido en dos orillas. Le pedí a las sombras que se acercarán ellas a comprar y les di las hueveras, pero se introdujeron en el torrente y me dejaron sola. Volví a casa asustada, sin los huevos, pero con una historia que contaros.

El avión y el poeta

Camino somnolienta para llegar un día más a mi trabajo, llueve y me arrebujo bajo el paraguas, creando ese espacio de intimidad que me separa del mundo y me hace sentir confortable en mi pequeño rincón. Cuando estoy a un metro de la entrada, la tormenta se silencia y en el cielo se dibuja un arco de colores que me hace sonreír. Un avión se esmera en jugar a traspasarlo emitiendo, en su esfuerzo, un rugido desesperado que ensordece y retumba en mis entrañas. “Avión de reabastecimiento en vuelo con capacidad para doscientos cincuenta pasajeros en maniobra de aproximación para tomar tierra” piensa el ingeniero. “Ave fénix renacida del agua y la magia de la paleta de colores esparciendo la alegría tras el aguacero” piensa el poeta. Recobrando la consciencia que une a ambos, poeta e ingeniero atraviesan la puerta que inicia la jornada.

Con manos de ingeniero modelo la estructura, conformo el mecanismo que hará a un cachalote de acero y fibra volar sobre las nubes. Con pluma de poeta convoco a los druidas y a las vestales para que obren la magia por los dioses concedidas a las aves, de elevarse hacia el éter retando a la natura. Y de la unión de ambos, ingeniero y poeta, acontece el milagro de la ingravidez antaño vedada a nuestras mentes.

Trascurre el día escondiendo al poeta y esperando a la noche, cuando el hechizo transfigure a ambos seres que tienen el destino de nunca conocerse aún siendo uno. Y cuando el pájaro de hierro renace en ave fénix, el universo se expande en mi ventana, los muros se desdibujan y desaparecen, los muebles en bosque encantado se reconvierten y la pluma del poeta inicia su relato.

Erase una vez…un avión ya desterrado que no podía volar. Sus cuadernas dañadas, dormían en un oscuro rincón, sucias y olvidadas. Soñaba con otros tiempos en que viajaba sobre los mares, atravesaba nubes y tormentas, y cumplía su misión sin agotarse. El piloto con mano firme le dirigía y le guiaba para soltar desde su portón trasero alimentos y material médico en países devastados. Tras acabar su vida, lo abandonaron y fue perdiendo su color a la intemperie. Su tristeza la puedo ver cada día cuando paso por su lado. Entonces, el poeta decide rescatar al avión y devolverle la vida.


Hoy es un gran día: alcalde y concejales, directores y empleados rodean al viejo avión ubicado en el centro de una gran rotonda. Acicalado y sustentado por un útil que iza su morro hacia el espacio, como si fuera a iniciar el vuelo, escucha cómo loan su historia y sus hazañas  y le encomiendan la misión de señalar la historia y el futuro en la entrada principal, para que todos lo saluden.

viernes, 28 de noviembre de 2014

El brote (Contra la violencia de género)

Tengo una nube en mi estómago que no me permite respirar. Mi rostro en el espejo se ve desfigurado. Me asomo al balcón y sólo veo un vacío que me atrae. ¡Qué gris se ve todo en la tormenta! Estoy entre trastos hacinados y cubiertos de polvo negro de ciudad. Entre ellos, una maceta olvidada con un pequeño brote me sonríe. Un vástago ha rebrotado en mí. Me arreglo y me maquillo, medio a escondidas bajo diluyéndome en la oscuridad de las escaleras. Aprovecho un momento de descuido del cancerbero y pinto un hermoso sol bajo las nubes. Todo se ilumina y salgo triunfal a lucir mi vida con una pequeña maceta en la mano. Ya nunca dejaré de caminar




domingo, 16 de noviembre de 2014

La puerta (Contra la violencia de género)

No sé cuando comenzó esta enfermedad que me martiriza y me socava. Mis pasos me dirigen hacia la puerta pero, en cuanto me acerco, mi estómago llena todo el espacio y me hace correr al lado más alejado de la estancia. Tienes que superarlo, me digo, pero no lo consigo. Me siento y pienso en el tiempo que llevo sin salir. Intento entonces acercarme a la ventana para al menos mirar el exterior, pero no la encuentro. Recuerdo que antes, cuando salía, disfrutaba lavándome el pelo, el olor a champú, sentir el agua de la ducha caliente recorriendo mi cuerpo, acariciándome. ¡Qué placer! ¿Dónde estará ahora el cuarto de baño? ¿Habrá desaparecido como el resto de la casa? No recuerdo qué pasó, qué fue lo que acabó con todo, con mi vida. Acaricio mi pelo y miro mis uñas, negras y rotas. Si pudiera salir… Me acerco de nuevo a la puerta, llevo la mano al pomo, lo giro y se abre justo en ese instante una cancela por la que alguien introduce una bandeja con algo de comida y agua. Sobre ella una nota: “Mi amor, sabes que te quiero. Eres mía”. Sí, me quiere, cómo puedo dudarlo. ¿Me quiere? ¿Me quiere? Me dirijo entonces con decisión hacia la pared del fondo en el cubículo en el que vivo, dibujo un rectángulo y, girando el pomo, me decido y salgo al exterior.



lunes, 3 de noviembre de 2014

Y si hubiera sido yo... (Homenaje a Teresa que venció)

"Il n'y a pas que du beau dans la tête de l´homme."
Pars Vite e reviens tard
Fred Vargas

Lunes de nuevo. Qué cansado estoy. Descarto la ducha y el desayuno, me pongo lo primero que encuentro, y salgo corriendo. Alto! Hay algo pintado en la puerta de casa, una especie de símbolo que no reconozco. No estoy para bromas, cojo el ascensor y bajo a la calle a coger el autobús. Ya pensaré luego qué hacer con la puerta. En la radio comentan el estado de los últimos posibles afectados por el ébola. Parece que, de momento, los resultados son negativos. Menos mal. El enfermero mejora poco a poco. Sé fuerte y sobrevive al virus, elimínalo de tu cuerpo por favor. Bajo del autobús y continúo andando. ¡Qué pocos coches aparcados! ¡Cuántos sitios libres! ¿Será fiesta hoy? ¿Qué día es hoy?

Entro por la puerta lateral del Hospital Universitario de Alcorcón, como cada día, pero hoy no hay nadie. Siento como si alguien me siguiera a distancia, me vuelvo, pero no veo nada irregular. En la recepción está Maite leyendo un libro. Maite, ¿qué ha pasado? Ya sabes, el miedo al contagio. No vienen pacientes últimamente, las consultas están vacías. Vete haciendo a la idea Manu, somos el hospital maldito. Me ha dicho Susana, la de administración, que ayer cancelaron quinientas citas y hasta alguna operación planificada. ¿Qué me cuentas? Y, ¿qué hace la dirección? Lo de siempre, hablar con la Consejería de Sanidad…

No hay mucho trabajo. Yo también soy enfermero y pienso que ahora podría estar aislado, en una habitación dentro de una burbuja de plástico, luchando como mi compañero. Pero he tenido más suerte y sigo como si nada hubiera sucedido. No quiero recordar nada, no quiero pensar. Siento ataques de pánico si lo hago.

Tras una jornada tranquila que no me ayuda a dejar de pensar, vuelvo a casa. No sé bien por qué me meto en el metro, subo a la línea doce y me dejo llevar. Cuando oigo “estación Puerta del Sur, correspondencia con línea diez”, mis pasos se dirigen a la puerta y hago el trasbordo. Voy como un autómata, con la mirada fija en el infinito, paso rápido y firme sin ver apenas lo que hay a mi alrededor.

Una vez en la línea diez me siento y veo pasar las estaciones. Sigo sin pensar hasta que una imagen rompe mi estado y me devuelve a la realidad: un graffiti en la estación de Tribunal. Ese símbolo… ¡es el que había en la puerta de mi casa cuando salí! Doy un salto y consigo dejar el vagón justo antes del cierre de puertas. Retomo la línea en el sentido contrario y vuelvo a Alcorcón. Cuando llego a la estación de Puerta del Sur me siento agobiado del recorrido en el metro y decido salir a coger el autobús. Línea dos: este me deja cerca de casa. Me dejo llevar.

El autobús pasa delante del hospital en el que trabajo, cerca de mi casa. Miro las calles con desinterés. Doy vueltas y vueltas a lo que he visto. Tengo que averiguar qué es y quién lo está haciendo. Quien me señala. El autobús hace su parada en el hospital y, en un lado de la puerta lateral, vuelvo a verlo: el mismo símbolo. Cuando salí hace una hora no estaba. O simplemente no me fijé. Sigo mi trayecto hasta casa y allí sigue en mi puerta acusándome. Siento que hay un mensaje detrás de todo esto. ¿Es posible que alguien sepa que yo estaba con él ese día…? No lo creo. No puede ser. Me empiezo a poner nervioso. Calma, calma.


En la televisión un locutor explica que parece que el contagio se produjo al rozar un guante contaminado la cara del enfermero afectado. Y no se explican el error en el procedimiento ya que siempre un compañero debe ayudar a quitarse el traje… Mi casa, Tribunal, Hospital. Siento pánico. Fui yo. ¿Quién ha podido enterarse? 

El hombre tranquilo

Descubrí la clave en el último verso del haiku. Terminada la cena, cogí el dulce que me acababan de entregar con el té y lo mordí mientras la miraba jugar con los palillos de madera. Ella, vestida de niña antigua, barroca, con lazos y encajes, coletas y tirabuzones y sus labios pintados me sonreía con maldad. Saqué del dulce el papel enrollado y, al leer el verso que contenía, se disiparon mis dudas. Con un gesto rápido e inesperado, cogí sus muñecas y las até con firmeza. Sus uñas largas y afiladas se alargaron hasta arañarme y hacerme sangrar. Había sido ella. Mi amor. Mi Lolita. Intentó morderme pero mi catana terminó con la leyenda. No he vuelto a dibujar manga. Soy un hombre tranquilo.

Vuelan mariposas negras


Corté una rama
Y clareó mejor
Por la ventana
Masaoka Shiki

Descubrí la clave en el último verso del haikuEl verso ha provocado el vuelo de las mariposas negras de mi mente y me ha traído la luz. La oscuridad en la que me hallaba me impedía ver, pero ahora, al mirar hacia la ventana, los rayos de sol dibujan su silueta. Viene hacia mí con una expresión desquiciada y yo no sé qué hacer. La sigo con la mirada. Me grita, me reprocha, me agrede, pero yo no la entiendo. No sé qué quiere de mí. No lo soporto más. Tapo mis oídos con las manos y leo a mis haijin favoritos. Y lo veo claro. Sólo hay que cortar la rama que produce la sombra y dejarle a ella salir por la ventana. Adiós a los días negros. Ahora que ya no está, me siento rodeado de un halo luminoso. Estoy tranquilo, me ducho, me visto con mi traje nuevo y la sigo por la ventana.





lunes, 15 de septiembre de 2014

Las palabras de los ángeles

No puedo dejar de observarla. Desde la primera vez que la vi me hipnotizó. Menuda, ensimismada, con la tez arrugada por la sabiduría de sus días, recolocaba mecánicamente sus gafas para ampliar el universo entre sus manos. Siempre hojeando un libro tras otro y ordenando y reordenando los estantes. Es una librería pequeña, oscura, con un diminuto mostrador en el que se apilan los últimos libros recibidos. Al fondo se abre una trastienda tan pequeña que apenas pueden entrar dos a la vez. Una silla vieja y desencolada sostenía un sombrero y una bufanda que constituían el único ajuar de la librera.

Yo no he tenido la suerte de poder ir a la escuela. Desde muy pequeño mi padre me llevó al campo a trabajar con él. Quizás por eso me fascinan los libros. Son bonitos, de muchos colores, y al abrirlos veo muchas cosas que no sé interpretar pero que me atraen y quieren llegar a mi cabeza.

Todos los días me acerco a observarla desde el ventanuco que figuraba como escaparate. Intento acercarme para pedirle a la librera que me enseñe los libros, que me pase el don de poder descifrar lo que custodian en su interior. Pero no me atrevo. No puedo hablar. Dicen que fue un mal de ojo que le echaron a mi madre cuando nací. Pero ella siempre me cogía las manos con todo su amor y me decía cariño no les hagas caso, eres un ángel y por eso no puedes hablar, porque las palabras del mundo están podridas y sucias.

Hace un momento acaba de sacar un libro de una caja de madera forrada de fieltro rojo. Debe ser un libro muy importante. ¿Será el libro que cuente la historia de los ángeles? Tal vez  explique por qué no salen los sonidos de mi garganta. Me decido, cruzo la calle y cuando voy a empujar la portezuela, siento un latigazo en la cabeza. Y luego nada. Oscuridad.

Cuando me despierto, le digo a mi padre que dormita en una silla al lado de mi cama, padre tengo que ir ahora mismo a la librería del pueblo. Necesito leer el libro de los orígenes. Me mira con los ojos abiertos como platos. ¿Leer? Tú que vas a leer… Será la fiebre. Hijo, tú no sabes leer y no puedes…no puedes… ¡hablar!


Acabo de salir del hospital y en cuanto he llegado al pueblo, de una carrera me he acercado a la vieja librería. Si, ahí sigue la librera. Por favor, hágame su ayudante, soy joven y puedo mover y colocar rápidamente los libros y cargar y amontonar los que llegan en cajas. Hijo, oigo muy mal, qué me pides. ¿Hay algo en lo que te pueda ayudar? Claro, me he estado preparando para ser el librero y quiero que me adopte y me enseñe las palabras de los ángeles. Las que están en todos estos libros.




viernes, 12 de septiembre de 2014

Escuchando a LINKIN PARK con una MURPHY'S al lado del mar

Vuelvo a mirar por la ventana. Aún no han abierto. Qué largas se hacen las horas cuando esperas. Todas las tardes el mismo ritual. Es lo único que tiene sentido en mi deteriorada vida. No he tenido suerte, pero ... ¿a quien le importa? A cada uno lo que le toca y hay que saber vivir con ello. Mi chica duerme la siesta. Es buena gente. Me soporta. Aunque ella dice que me quiere, sería al principio, cuando nos conocimos. Me consiente que baje solo al HARLEY'S porque ella es más de sentarse en la playa a tomar un helado. Sin embargo a mi me llena la música, decibelios a tope llenándome el cerebro y haciéndome vibrar.Y cuando ponen un tema que me gusta de verdad, se me llena el estómago de mariposas que me hacen levitar.Cerveza tostada y partidita de billar si tengo la suerte de encontrarme a Puntolara. Gran tío el Puntolara. Acabamos bebiéndonos la luna casi de mañana. Pillamos unas MURPHY'S y nos llenamos el cerebro de LINKIN PARK en la playa. Qué buenos son.

De vez en cuando le doy a los dardos pero no se me dan. Pero eso es cuando estoy solo. Me dejan un regusto triste los dardos. Prefiero la sensación del golpe del taco en la bola y las carambolas de colores que se desencadenan cuando le damos al americano. Me hace sentir poderoso y fuerte.

Mi chica es camarera en un chiringuito de la playa. Se pasa el día llevando y trayendo paellas y sangrías a los turistas que llenan el local en el verano. Le dejan buenas propinas porque les sonríe mientras sirve. Y es que en este mundo de perros se agradece una sonrisa. Cuando llega a casa está reventada por el cansancio. Por eso siempre bajo solo al HARLEY'S.


martes, 9 de septiembre de 2014

Oscuros Orígenes

Nunca me sentí uno más entre ellos. Cada día alguno de mis compañeros, de una manera subliminar pero evidente, me hacía notar que había algo en mí que me separaba de ellos. Y, conforme íbamos creciendo, me alejaba cada vez más de aquellos con los que me había criado.

Tras la escuela, me acercaba a la librería que regentaba mi padre para ayudarle. Sentía fascinación por las estanterías repletas de viejos libros ordenados meticulosamente por temas y autores. En orden alfabético. Libros de segunda mano que escondían una historia detrás. Una vida que los había terminado llevando a los estantes en busca de otra oportunidad.

Era una librería pequeña, oscura, con un pequeño mostrador en el que se apilaban los últimos libros recibidos y una trastienda tan pequeña que apenas podíamos entrar los dos a la vez. Allí guardaba mi padre el guardapolvo gris y una botella de whisky barato que le permitía pasar los fríos días de invierno. Una vieja silla guardaba el abrigo y la bufanda durante el día y el guardapolvo al acabar la jornada.

Cuando me levantaba cada mañana y me aseaba para ir a clase, miraba al espejo que tenía delante y repasaba detenidamente cada parte de mi rostro intentando averiguar  el origen de esos rasgos con los que había nacido y que me diferenciaban tanto de los demás. Podría ser la causa una enfermedad de mi madre durante el embarazo. O un siniestro y desconocido antepasado que llegara de tierras lejanas. Tenía que averiguarlo.

Una mañana mi padre no se levantó para acercarme a la escuela. Estaba muy enfermo. Me hizo acercarme a él y me susurró que yo debía seguir con la librería. El trabajo de toda su vida que, a su vez, había heredado de su padre. Con los años que había ido a la escuela y sus enseñanzas, no debería tener problemas para continuar el negocio. Me hizo abrir un cajón del armario y sacar una caja de zapatos que contenía un pequeño talego de lona  con un atavío de niño. Era todo lo que poseía cuando me rescató. Un accidente al descargar un contenedor con la grúa desde un carguero, hizo que se desplomara y  se estrellara contra el malecón del puerto. Muchas vidas se truncaron en ese accidente. Nunca hubo una explicación clara. Nunca se terminó de explicar. Sólo un pequeño de unos 6 años apareció andando desorientado delante de la librería hablando un perfecto inglés aunque su aspecto era oriental. Había mucha gente ese día en el muelle pero nadie reconoció al pequeño. Nadie preguntó nunca por él. Y decidí adoptarte, hijo mío.

domingo, 13 de julio de 2014

Me gustan las Amazonas

Nunca he deseado ser princesa. Ni vestir de blanco con tules y brocados. Ricitos de oro o de ébano enroscados en la diadema de  brillos de plástico. Soñaba con ser Amazona. Poderosa y brava guerrera con cuerpazo y vestidito de piel, arco, flechas y espada.
Cruzando la ciudad sin miedo y con orgullo de guerrera. Ganando los cruces y semáforos a la carrera para llegar la primera.
Me gustan las Amazonas. Las que día a día dan su vida para que el mundo avance, para que sus peques lleguen más allá, cueste lo que cueste. Madres coraje, compañeras, amigas. Soporte en lo malo y en lo bueno, en la salud y en la enfermedad. Transmitiendo sabiduría y compartiendo amistad.Base de la vida, base de la sociedad. Me gustan las Amazonas.

martes, 10 de junio de 2014

Túnel bajo la ciudad

Estoy sentada esperando. Veo a mi derecha un túnel negro y oscuro. 
Cinco minutos...Un anciano se sienta a mi lado y me habla.No tiene a nadie y yo le escucho. Tiene tantas historias atascadas que contar! Le sonrío y veo que lo agradece por la expresión de sus ojos. Es dura la ciudad para los que no tienen camino. Aquí, sentado a mi lado, espera conmigo. Se une a mi destino olvidando su origen.
Cuatro minutos... Me siento bien. el tiempo que me sobra a él le falta. Se lo regalo. Nos conocemos desde el origen, pero solo aquí donde no llega la luz y todos nos parecemos. Donde el olor que impregna las paredes lo llena todo, lo tapa todo, lo iguala todo.
Tres minutos...Gracias hija por estar estar conmigo. Gracias por empujar este minuto hacia un lugar que no imaginaba cuando llegué. Por dirigir mis pasos hacia un abrigo, allí dentro del túnel. 
Dos minutos...mañana me gustaría volver a contarte historias pero ya no estaré, me habré perdido. Tu seguirás esperando mirando el túnel y no recordarás haberme conocido. Tu seguirás...
Un minuto...Por qué me mirará este hombre vacío...
Me subo al metro sin sentido

domingo, 1 de junio de 2014

Clavier

Quiero escribir, pero no sé cómo.

Miro las pequeñas teclas tatuadas con símbolos que no sé qué significan. Las cojo todas y las tiro al aire para ver cómo caen. Tal vez así me digan algo. No me dicen nada. Hago una pila con ellas, luego un fila y finalmente hago una tila. Comprendo que  no debe ser este el mecanismo de la escritura. Recuerdo los viejos ábacos e intento escribir un poema insertando en los alambres las distintas teclas. Y entonces llega la idea, la inspiración... meto las teclas en un gran bombo, las agito y las voy dejando caer como en la lotería. Queda bonito, y pienso, si imprimo en colores va a quedar genial y lo voy a publicar en un epub. Pero no es lo que busco. 

Sigo así jugando y pensando tardes y tardes, horas y horas. Sueño con ellas. Se me ocurre que tal vez sea como tocar el piano de oído. No me gusta cómo suena. Lo dejo. Me desespero. Tiro todas las teclas por la ventana, lo que me supone unas horas hasta que las recupero y recompongo el "clavier" que en francés suena más fino. Clavier, clavicordio, clave. Todo es música. Voy y escribo una partitura de símbolos y notas. Ordeno las notas de arriba a abajo, de abajo a arriba, no! de antes a después pasando por el intermedio. Mucho mejor. Ya va saliendo.

Por ahora más ruido que nueces, aún no sonido, mucho menos son, apenas armónico. Soplo las teclas y voy encontrando palabras...qué bien suenan. Ahora las voy ordenando, en filas y columnas. 4 de 12 4 de 12 3 de 12 3 de 12, suena a soneto. 

¿Será esto un poema? No todavía...

viernes, 23 de mayo de 2014

Desconectada

Y por qué no? Pensé. Así que abrí la cápsula que me acababan de dar con el café en el AVE y...deslicé el contenido en el vaso de cartón. Mmmmm delicioso el café con leche. No recuerdo hace cuanto que no tomo leche en el café.
Estoy empezando a desvariar. Ataque de pánico. Ya son seis meses controlándome, seis largos meses sin comunicación. Nada de leche ni azúcar ni chocolate...no tabaco, no fritos, no dulces, no televisión, no google, no twitter,  no smartphone. Y dicen que esto me hará bien. Cada vez me siento más desorientada.
No recuerdo a mis amigos. Miro la tableta apagada y fría. Negra. Ausencia de color.
Añoro mis chats, mis lecturas compartidas, saludos transversales. Abrazada, enredada en la maraña de blogs y posts.
La nada. Apagón monumental del alimento del espíritu, si alguna vez dispuse de ello. Apago. Enciendo. Login. Logon. Enchufo. Desenchufo. Nada. Nada. Nada.
Coloco una nueva pila de libros de papel en el suelo. Los ordeno por colores. Por tamaños. Me cubro con ellos como si de una manta me sirviera. Me recuesto sobre ellos como almohadas y cojines de las mil y una noches. Y me duermo. Me despierto.
... Por qué no? Sonrío. Cojo uno de los libros. Lo abro. Sigo las líneas con la mirada, paso página una y otra vez, me gusta. Me río. Y me decido: vuelco el sobre de azúcar en el vaso de café con leche.
Soy libre. Vuelvo a leer.

martes, 13 de mayo de 2014

MI MENTE DEMEDIADA


Me acerqué, porque tenía que hacerlo, a visitar a mi viejo amigo el Doctor Trelawney para que terminara de tratar mi mal. Cogía el cepillo de alambre y frotaba durante cinco minutos para ir demediando mi mal. Yo no estoy convencida de que fuera necesario, ni siquiera de que existiera ese mal en mi mente. Pero desde pequeña mi madre me lo repetía incansable: «Hija no se puede sacar partido de ti. Si pudiera quitarte ese mal de tu cabeza! No sé por qué te da por pensar tanto. Te vas a volver tonta!». Pero estoy muy contenta porque el doctor Trelawney me ha dicho tras esta sesión que antes del verano mi mente estará demediada y yo, ¡por fin curada de mi mal!

Y parece que va funcionando porque ya consigo pasar el día entero sin pensar. Me dejo llevar y ya está, sin complicaciones. Ya no surgen esas locas ideas de cambiar las cosas que tanto desesperaban a mi madre. Sufría como un estado de ansiedad que me martirizaba. Que le martirizaba. ¿Por qué nací tan deforme? Creo que tardé mucho en nacer y se me deformó el cráneo. Eso es. Y mi mente se descolocó y no funciona. Genera pretensiones absurdas que no me pertenecen. Cálmate. Todo va bien.

Menos mal que conocí al doctor Trelawney que es experto en solucionar casos imposibles, de esos que aparecen uno entre un millón, como el mío. No sé si realmente conoce la solución. Pero con el tratamiento siento como que me falta algo, alguien. Cuando pensábamos las dos juntas era todo más fácil, me sentía segura. Presumía la existencia de un mundo más feliz. De que existía algo más tras los muros. Te echo en falta. No sé cómo seguir sin ti. Tú eras la más fuerte. Mi vida demediada no tiene ya sentido. Me voy a comprar un sombrero.

EL DOCTOR TRELAWNEY

Epub con relatos de participantes en el club de lectura "Cósimo visita el distrito 12" organizado por Palaya de Ákaba y la Comunidad de Madrid.




miércoles, 7 de mayo de 2014

Una tumba no es lugar seguro para desaparecer


“Piensas, «¿cómo se puede hacer?
¿Cómo se puede hacer daño a alguien que ya está muerto?»”
Jim Thompson. El asesino dentro de mí.

Cada mañana era lo primero que hacía, ir a mirar desde mi ventana. Tenía que encontrarle. Ya le había visto en más de doce ocasiones, pero siempre había logrado desaparecer de mi vista antes de que pudiera hablarle. Decirle que a pesar de todo aún le amo.

Sabía que era cuestión de tiempo, de tesón, de muchos cafés delante de la ventana. Rostros, nombres y direcciones iban pasando delante de mí y yo los guardaba a todos. Eran la clave para llegar a él. Tenía que ser cuidadosa y seguir siempre la misma rutina, un paso en falso y le perdía. Pero ellos me iban a acercar a él.

De todas formas, la vida se construye sumando momentos y, en uno de esos aleatorios momentos que derivan tu existencia, le vi. Era él. Su rostro. Su nombre. Su dirección. Su dirección!

Únicamente me quedaba seguir el protocolo, como cada vez. Paso a paso hasta llegar a él. Me puse aquel vestido sexy que tanto le gustó siempre, mis zapatos de tacón diez centímetros, mis labios rubí, y me fui tras él. Esta vez le alcanzaría…

Seguí su rastro desde mi ventana. Amigos, amigos de amigos, grupos, compras, búsquedas… ahí está. Es tan fácil. A por él.

Otra mañana más, sigo sintiendo lo mismo, esta angustia, este odio, esta nausea. Nada ha cambiado. Tengo que encontrarle. No le puedo perdonar que desapareciera y me dejara con esta soledad, con esta angustia. Una tumba no es lugar seguro para desaparecer. Te volveré a encontrar de nuevo desde mi ventana… y te volverás a esconder una vez más.

La Herencia

“¿Ha pensado alguna vez que hay muchas formas de morir pero sólo una de estar muerto?”

Jim Thompson

Así lo aprendí y así lo mantengo: Hay mil maneras de morir pero sólo una de estar muerto. Y muerto sólo puede estar un cuerpo, porque un muerto ya no es una persona según me parece a mí. Y de cuerpos muertos sé un rato. Mi madre gobernaba una carnicería y mi padre una funeraria. Y yo, que tiendo a ser simple, pensé que para qué tener dos negocios por separado, así que los junté y ahora ofrezco servicio completo. Con oferta especial en el precio, claro está, cuando se encarga desde el principio hasta el final. Como se hace en los grandes negocios.

Porque si fuera por mí, únicamente me encargaría del primero. Cuando era chaval, me pasaba las horas observando a mi madre despiezar con cuidado para luego ir vendiendo cada parte minuciosamente cortada en papel gris encerado. Sin embargo me mareaba el olor penetrante de la funeraria. Hasta los ramos de flores y las coronas olían a muerto. Mi padre hacía todo lo posible por disimularlo con inciensos y ambientadores que no hacían más que empeorarlo. Ese olor se agarraba a las paredes y a los muebles para no irse de allí. Y yo sentía nauseas y salía corriendo en cuanto se despistaban.

Yo he salido a mi madre. Con los años, he ido desarrollando la técnica de la minuciosidad y el arte del trabajo bien hecho. Limpio. Con precisión de cirujano. Así que me paso las horas dedicado al negocio. Hasta llego a comer y cenar allí algunos días. Muchos días. Casi siempre. Como mientras trabajo. Por placer. Me he tenido que buscar un socio para que se encargue de la parte del negocio que detesto. La de mi padre. Y nos complementamos bien, el negocio funciona y tenemos clientes. No demasiados, es cierto, los suficientes para ir tirando.

De "El enemigo interior"
Archivo ePub editado por Playa de Ákaba. Febrero, 2014
Microrrelatos sobre el lado oscuro de las redes sociales, escritos por los usuarios del Club de Lectura Chandler&Thompson

Sofisma?

Qué pretende este título? ...toque "noir" a un romance alegre y fanfarrón ...parece despuntado. Empezar el soneto empezando y burla burlando aparece una jácara ironizando... nada alegre o tal vez si, por lo que tiene de incisión en la cotidianidad.  Razonamiento inverso para desdecir lo dicho y evidenciar lo oculto. Teorema no demostrado. Jacarisma?