Normandie

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viernes, 28 de noviembre de 2014

El brote (Contra la violencia de género)

Tengo una nube en mi estómago que no me permite respirar. Mi rostro en el espejo se ve desfigurado. Me asomo al balcón y sólo veo un vacío que me atrae. ¡Qué gris se ve todo en la tormenta! Estoy entre trastos hacinados y cubiertos de polvo negro de ciudad. Entre ellos, una maceta olvidada con un pequeño brote me sonríe. Un vástago ha rebrotado en mí. Me arreglo y me maquillo, medio a escondidas bajo diluyéndome en la oscuridad de las escaleras. Aprovecho un momento de descuido del cancerbero y pinto un hermoso sol bajo las nubes. Todo se ilumina y salgo triunfal a lucir mi vida con una pequeña maceta en la mano. Ya nunca dejaré de caminar




domingo, 16 de noviembre de 2014

La puerta (Contra la violencia de género)

No sé cuando comenzó esta enfermedad que me martiriza y me socava. Mis pasos me dirigen hacia la puerta pero, en cuanto me acerco, mi estómago llena todo el espacio y me hace correr al lado más alejado de la estancia. Tienes que superarlo, me digo, pero no lo consigo. Me siento y pienso en el tiempo que llevo sin salir. Intento entonces acercarme a la ventana para al menos mirar el exterior, pero no la encuentro. Recuerdo que antes, cuando salía, disfrutaba lavándome el pelo, el olor a champú, sentir el agua de la ducha caliente recorriendo mi cuerpo, acariciándome. ¡Qué placer! ¿Dónde estará ahora el cuarto de baño? ¿Habrá desaparecido como el resto de la casa? No recuerdo qué pasó, qué fue lo que acabó con todo, con mi vida. Acaricio mi pelo y miro mis uñas, negras y rotas. Si pudiera salir… Me acerco de nuevo a la puerta, llevo la mano al pomo, lo giro y se abre justo en ese instante una cancela por la que alguien introduce una bandeja con algo de comida y agua. Sobre ella una nota: “Mi amor, sabes que te quiero. Eres mía”. Sí, me quiere, cómo puedo dudarlo. ¿Me quiere? ¿Me quiere? Me dirijo entonces con decisión hacia la pared del fondo en el cubículo en el que vivo, dibujo un rectángulo y, girando el pomo, me decido y salgo al exterior.



lunes, 3 de noviembre de 2014

Y si hubiera sido yo... (Homenaje a Teresa que venció)

"Il n'y a pas que du beau dans la tête de l´homme."
Pars Vite e reviens tard
Fred Vargas

Lunes de nuevo. Qué cansado estoy. Descarto la ducha y el desayuno, me pongo lo primero que encuentro, y salgo corriendo. Alto! Hay algo pintado en la puerta de casa, una especie de símbolo que no reconozco. No estoy para bromas, cojo el ascensor y bajo a la calle a coger el autobús. Ya pensaré luego qué hacer con la puerta. En la radio comentan el estado de los últimos posibles afectados por el ébola. Parece que, de momento, los resultados son negativos. Menos mal. El enfermero mejora poco a poco. Sé fuerte y sobrevive al virus, elimínalo de tu cuerpo por favor. Bajo del autobús y continúo andando. ¡Qué pocos coches aparcados! ¡Cuántos sitios libres! ¿Será fiesta hoy? ¿Qué día es hoy?

Entro por la puerta lateral del Hospital Universitario de Alcorcón, como cada día, pero hoy no hay nadie. Siento como si alguien me siguiera a distancia, me vuelvo, pero no veo nada irregular. En la recepción está Maite leyendo un libro. Maite, ¿qué ha pasado? Ya sabes, el miedo al contagio. No vienen pacientes últimamente, las consultas están vacías. Vete haciendo a la idea Manu, somos el hospital maldito. Me ha dicho Susana, la de administración, que ayer cancelaron quinientas citas y hasta alguna operación planificada. ¿Qué me cuentas? Y, ¿qué hace la dirección? Lo de siempre, hablar con la Consejería de Sanidad…

No hay mucho trabajo. Yo también soy enfermero y pienso que ahora podría estar aislado, en una habitación dentro de una burbuja de plástico, luchando como mi compañero. Pero he tenido más suerte y sigo como si nada hubiera sucedido. No quiero recordar nada, no quiero pensar. Siento ataques de pánico si lo hago.

Tras una jornada tranquila que no me ayuda a dejar de pensar, vuelvo a casa. No sé bien por qué me meto en el metro, subo a la línea doce y me dejo llevar. Cuando oigo “estación Puerta del Sur, correspondencia con línea diez”, mis pasos se dirigen a la puerta y hago el trasbordo. Voy como un autómata, con la mirada fija en el infinito, paso rápido y firme sin ver apenas lo que hay a mi alrededor.

Una vez en la línea diez me siento y veo pasar las estaciones. Sigo sin pensar hasta que una imagen rompe mi estado y me devuelve a la realidad: un graffiti en la estación de Tribunal. Ese símbolo… ¡es el que había en la puerta de mi casa cuando salí! Doy un salto y consigo dejar el vagón justo antes del cierre de puertas. Retomo la línea en el sentido contrario y vuelvo a Alcorcón. Cuando llego a la estación de Puerta del Sur me siento agobiado del recorrido en el metro y decido salir a coger el autobús. Línea dos: este me deja cerca de casa. Me dejo llevar.

El autobús pasa delante del hospital en el que trabajo, cerca de mi casa. Miro las calles con desinterés. Doy vueltas y vueltas a lo que he visto. Tengo que averiguar qué es y quién lo está haciendo. Quien me señala. El autobús hace su parada en el hospital y, en un lado de la puerta lateral, vuelvo a verlo: el mismo símbolo. Cuando salí hace una hora no estaba. O simplemente no me fijé. Sigo mi trayecto hasta casa y allí sigue en mi puerta acusándome. Siento que hay un mensaje detrás de todo esto. ¿Es posible que alguien sepa que yo estaba con él ese día…? No lo creo. No puede ser. Me empiezo a poner nervioso. Calma, calma.


En la televisión un locutor explica que parece que el contagio se produjo al rozar un guante contaminado la cara del enfermero afectado. Y no se explican el error en el procedimiento ya que siempre un compañero debe ayudar a quitarse el traje… Mi casa, Tribunal, Hospital. Siento pánico. Fui yo. ¿Quién ha podido enterarse? 

El hombre tranquilo

Descubrí la clave en el último verso del haiku. Terminada la cena, cogí el dulce que me acababan de entregar con el té y lo mordí mientras la miraba jugar con los palillos de madera. Ella, vestida de niña antigua, barroca, con lazos y encajes, coletas y tirabuzones y sus labios pintados me sonreía con maldad. Saqué del dulce el papel enrollado y, al leer el verso que contenía, se disiparon mis dudas. Con un gesto rápido e inesperado, cogí sus muñecas y las até con firmeza. Sus uñas largas y afiladas se alargaron hasta arañarme y hacerme sangrar. Había sido ella. Mi amor. Mi Lolita. Intentó morderme pero mi catana terminó con la leyenda. No he vuelto a dibujar manga. Soy un hombre tranquilo.

Vuelan mariposas negras


Corté una rama
Y clareó mejor
Por la ventana
Masaoka Shiki

Descubrí la clave en el último verso del haikuEl verso ha provocado el vuelo de las mariposas negras de mi mente y me ha traído la luz. La oscuridad en la que me hallaba me impedía ver, pero ahora, al mirar hacia la ventana, los rayos de sol dibujan su silueta. Viene hacia mí con una expresión desquiciada y yo no sé qué hacer. La sigo con la mirada. Me grita, me reprocha, me agrede, pero yo no la entiendo. No sé qué quiere de mí. No lo soporto más. Tapo mis oídos con las manos y leo a mis haijin favoritos. Y lo veo claro. Sólo hay que cortar la rama que produce la sombra y dejarle a ella salir por la ventana. Adiós a los días negros. Ahora que ya no está, me siento rodeado de un halo luminoso. Estoy tranquilo, me ducho, me visto con mi traje nuevo y la sigo por la ventana.