Normandie

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domingo, 28 de febrero de 2016

La madre



No duerme. Cuando se acerca la noche y se oscurece la ventana, su mente busca el sentido de lo que le traerá el día cuando despierte. Pero está soñando, o tal vez no. Dentro de la oscuridad se le revela el secreto de sus deseos, de la búsqueda real, del trote descontrolado. Bocetos de imágenes parciales e inconexas, determinados por la bruma, entre las sábanas. Cuando el insomnio se aleja, comienza la mañana.

                                             Antes de saborear el café obligado, busca las letras que componen el día. Abre el costurero, escoge los hilos de colores y comienza a bordar versos que la representen, que vayan por delante de ella iluminando el camino, para llegar a donde le lleva la vida. Se deja caer en el serijo, agotada, mientras rebusca entre los alfileres que escaparon de la caja que los guardaba y ahora hieren sus sentidos. Su mano se aparta, dolorida. Añora las horas de la placidez oscura, del descanso buscado, del silencio tras los cortinajes que ocultan la ciudad.

Es el momento en que cree oír un llanto desconsolado. Su pecho se llena del néctar de la vida.

En su garganta se inicia una nana dulce que apenas roza sus labios.

                                             Sus ojos inundados le impiden ver, ¿dónde está?, estaba cerca pero no le ve. Se frota con la manga para limpiar la mirada pero solo consigue extender una mancha negra por los párpados. Escuecen los ojos.

                                             Escucha con atención. Ya no oye nada.



Ahora la mirada le devuelve la realidad que ocultaban las lágrimas: una cuna vacía.

Todos los alfileres se han clavado en sus pechos, en su vientre.

Tumbada en el suelo, duerme.

Gime, llora, calla, grita. Le despierta un grito. Su grito.


Se levanta dolorida y deja caer su mirada a través de la ventana cuatro pisos hasta chocar con el asfalto. No siente el golpe, no siente nada. La medicación corre por sus venas cambiando su entorno, diluyendo en su camino lo que queda de ella.

Su mente desarmada y sus extremidades amoratadas por las cinchas la mantienen recluida. Todo está oscuro. Pero ella sabe que todo es blanco: la cama, las sábanas, los muebles, las vendas…

Oye una luz que le apacigua. Sigue un túnel que la impulsa a correr, esperanzada.


Vuela.

Un celador con guantes azules recoge las sábanas y las echa en un cubo, dentro de una bolsa de plástico azul.

Otro celador retira la cama.

Mal comienzo



Tenía la ilusión de aprender a jugar al golf. Elle no era muy amante del deporte, pero estaba de moda y pensó que podía ser una buena oportunidad de conocer gente y comenzar una vida un poco más saludable. Sus amigos tampoco eran de los que dedicaran los domingos a pasear con el carrito a cuestas haciendo negocios. Contactó con un compañero, bueno era amigo del trabajo, de los que te llevas bien durante las horas en que estás en la factoría, pero que no llegas a tener una relación personal más allá de la jornada laboral. Había oído que era buen jugador, que participaba en los torneos que se organizaban con los clientes, y le preguntó.
─Me han dicho que eres un crack jugando al golf ─dijo Elle mientras comían.
─Bueno, me gusta jugar cuando puedo. Mira, te voy a enseñar un video. ¿Qué te parece? Los zapatos me los regaló mi mujer… ─Smart se sintió adulado y encantado de demostrar lo bueno que era y el estupendo equipo que, tras algunos años de práctica, había ido comprando.
─Verás, quisiera aprender y necesito algún club que esté bien, cerca del trabajo, para pedir unas clases. ─En el fondo dudaba si había sido buena idea pedírselo a Smart.
─El viernes, a las tres, nos vamos a Illescas, yo me llevo los palos de mi mujer y practicamos, así ves si te gusta antes de meterte en cursos.
─De acuerdo, el viernes te espero a la salida y te sigo hasta allí.
Y así comenzó la tarde del viernes que pretendía ser divertida.
Elle se había pasado la tarde del jueves pensando cómo tendría que ir vestida: demasiado deportiva, no, pensarían que era pretenciosa; con traje como solía ir al trabajo, impensable. Finalmente se vistió casual, con vaqueros y deportivas de caminar y un polo de manga corta, que había oído que en el golf se viste mucho con un polo. Una gorra y gafas de sol eran alternativas según viera a los demás que estaban por allí cuando llegara.

Al fin llegaron las dos del viernes y, nerviosa, empezó a recoger para salir con tiempo. Recogió el coche del aparcamiento y se dirigió a la puerta donde había quedado con Smart. Cuando llegó, el BMW blanco de Smart ya estaba en un lado esperándola. Se colocó como pudo detrás, pero a cierta distancia, donde había un espacio en el que podía parar sin molestar demasiado.
Smart tardaba en arrancar y Elle hizo sonar el claxon impaciente «qué estará haciendo este hombre…», con lo que consiguió que el coche iniciara el movimiento, primero despacio y luego alcanzando bastante velocidad.
Elle comenzó a mirar con inquietud los kilómetros recorridos cuando el reloj marcaba las cuatro y media, y aún seguían conduciendo por carreteras secundarias tras haber tomado un desvío de la carretera nacional. Por la distancia a la que estaba el club, en veinte minutos deberían haber llegado, pero conociendo a Smart, no le extrañaba… ¡A saber dónde habría pensado llevarla antes de ir al club! Tal vez iban a recoger a su mujer, para que los acompañara y así se la presentaba.
El tiempo pasaba y no llegaban. Empezó a sentirse realmente nerviosa y preocupada. No tenía ni idea de en qué lugar se encontraban ni hacia dónde se dirigían, se sentía totalmente perdida y no había puesto el GPS confiando en que solo tenía que seguir a Smart, por lo que no le quedaba más solución que seguir al BMW blanco. Una sombra de preocupación le vino a la mente de pronto… ¿y si no era Smart al que estaba siguiendo? Imposible, estaba esperándola en la puerta donde habían quedado.
─Le podría haber preguntado la matrícula, pero ni se me ocurrió. ─Pensó Elle.
Ya eran casi las seis cuando el BMW blanco al fin se detuvo. Y Elle, detrás, también paró el motor.
No era un club de golf. No era una ciudad, ni era un pueblo. No era una zona urbanizada.
─¡Dios mío, dónde me he metido! ─Es lo único que pudo pensar Elle antes de verse rodeada por seis hombres que la obligaron a bajar del coche.
Tú, ¿Po qué me seguía? ─dijo con voz broca un tipo alto, sucio y con cara de pocos amigos.
Elle solo pudo balbucear ─Yo, yo solo seguía a Smart, me equivoqué… Íbamos al golf…
La llevaron a una nave medio abandonada y la dejaron en una habitación sucia y vacía.
─¡Vaya gordo nos ha tocao! ─Oyó que decía uno de ellos.
Esta noshe nos vamo a divertí ─dijo otro con voz aguda.
─¡Ni se vos ocurra! ─gritó el que parecía ser el jefe ─A quié le ponga una mano encima, se l’arranco de cuaho…
Elle se sentía aturdida, ─Qué hago, cómo me ha podido pasar esto… ─intentaba pensar, cuando vibró en el bolsillo el móvil. Era Smart que le enviaba un wasap disculpándose de no haber estado a la hora acordada porque «le habían robado el coche». El estómago de Elle crujió al leerlo y un vómito violento descargo la tensión acumulada. Estaba tan atónita que ni siquiera podía llorar, tampoco razonar.
Aterida de frío llegó el amanecer. Los tipos del otro lado de la puerta debían dormir en ese momento porque no se les oía pero tampoco se habían ido. Les había oído discutir sobre qué harían con ella pero no se ponían de acuerdo. Se habían encontrado con una situación que no sabían muy bien cómo manejar. En medio de ese estado de duermevela, Elle oyó motores que se acercaban desde la carretera, de un salto se asomó al ventanuco y le pareció ver vehículos pesados de obra. Su corazón reaccionó con taquicardia mientras detrás de la puerta se oía a los tipos dar voces, apresurados.
─¡Corré, corré! Tíos, abrí los ojos de una vé y ahuecá que hay visita... ¡Vamo, vamooo! ¡Levatá er culo de una vé!
La zona se llenó de hormigoneras, excavadoras, camiones…Elle entonces lloró, lloró mucho, todo lo que no había podido hasta ahora, pero de alegría. ¡Estaba salvada! Cuando se aproximaron unos obreros, Elle empezó a gritar.
─Pero mujer ¿qué hace usted aquí? ¿Qué le ha pasado?
Elle solo podía llorar.
Al salir, respiró hondo para sentir la realidad, para hinchar los pulmones con esa suerte que le había traído el día. Miró alrededor para adivinar dónde se encontraba y lo vio escrito en el cartel que estaban levantando los de la obra:
«PRÓXIMA CONSTRUCCIÓN DEL CAMPO DE GOLF SMART GREEN EN VALDECABALLEROS»