“CORIFEO: Hijo de
Meneceo, obrar así con el amigo y con el enemigo de la ciudad, éste es tu
gusto, y si, puedes hacer uso de la ley como quieras, sobre los muertos y sobre
los que vivimos todavía.”
Sófocles
Antígona
EL JUEZ (Primer dígito)
Fui
el primero en nacer de los dos gemelos que mi madre trajo al mundo y el único
que sobrevivió al parto prematuro. Esto marcó mi vida y me ha convertido en
quien soy. Es el inicio y la consecuencia. El origen. Mi padre siempre la culpó
por no haber seguido estrictamente las recomendaciones del tocólogo, lo que se
convirtió desde aquel desgraciado día en una malsana obsesión por el
cumplimiento de las normas y en un maltrato psicológico constante hacía mi
pobre madre. En cuanto a mí, me obligó desde niño a cumplir las estrictas normas
de disciplina de la casa, que él mismo había redactado y colgado por las
paredes de la vivienda: impensable discutirlas. Terminé estudiando Derecho,
para conocer la naturaleza misma de normas y leyes con objeto de poder moverme
con agilidad dentro de ellas o fuera de ellas y convertirme así en EL JUEZ que
ahora soy. Tiro los dados: seis. Ahora es tu turno.
EL ENCIERRO (Segundo dígito)
Cuando
desperté me encontraba en un cuarto sucio y oscuro que compartía con otros cinco.
No distinguía bien si eran hombres o mujeres, debía haber estado llorando y el rimmel me emborronaba la visión. Intenté limpiar mis ojos con la mano
izquierda, pero noté una mezcla de grasa y tierra que conseguía empeorar aún
más mi vista. La dejé abierta delante de mí, evitando su contacto por la
sensación de repugnancia. Quizá fue esa impresión la que me hizo acercar mi
mano derecha a la cabeza para recolocar mi pelo que caía desordenado por mi
cara. Debía llevar bastante tiempo allí porque sentí un tacto de estropajo y
polvo que llevó a mi mano derecha a detenerse junto a la otra delante de mi
mirada, intentando buscar en ellas una explicación a mi actual situación. Pero
callaban, humilladas.
Mis ojos se fueron acostumbrando a
la penumbra y conseguí ver a otras cinco mujeres que estaban conmigo en la
misma situación. Desde un punto cercano al techo y otro en un rincón cercano al
suelo entraban sendas láminas de luz que confluían en el centro del recinto.
Así puede ver a una que parecía una chiquilla: estaba recorriendo las paredes,
palpado, buscando alguna opción de salida. Era casi adolescente, un corte de
pelo imposible con un tinte azul eléctrico le daba personalidad, muy delgada, muy
curiosa, y la que se mostraba más decidida de todas.
Yo acababa de cumplir los sesenta y,
aun en la situación en que me encontraba, me sentía bastante tranquila, mi
mente no dejaba de buscar explicaciones y barajar posibilidades. Morena y
regordeta, había vivido lo suficiente como para ir desgastando mi figura con
los años y haber desarrollado una mente analítica. Iba pasando mi mirada de una
a otra intentando buscar ese algo común que nos había reunido en esa
habitación.
En un rincón, arrebujada contra la
pared, una pelirroja no dejaba de gimotear. Se la veía débil y descontrolada y
estaba consiguiendo alterarme con su persistente desazón. No la distinguía bien
y no podía ver sus facciones. Parecía
joven por el aspecto de sus pies descalzos.
Cerca de mí una dormía, pero no con
un sueño normal, dormía como si hubiera perdido el conocimiento o estuviera
drogada, con una postura incomoda y desmadejada. Se adivinaba un bonito y
cuidado pelo rubio antes de haber sido impregnado con la mugre del descuido. Su
vestido, sucio y descolocado, era de marca, vestido caro de diseñador de moda.
Uñas esmaltadas por profesional y joyas de diseño. Seguro que no era de mi
barrio. ¿Su edad? Diría que estaba por los cuarenta.
Enfrente, había dos más: una señora
de unos 50 años, bastante obesa, y por su aspecto descuidado y sencillo, de
clase obrera, diría que, por sus manos estropeadas, conseguía sus ingresos
limpiando, pero llevaba un medallón de oro medio escondido que no correspondía
con su capacidad de adquisición. Un discreto corte de pelo y un tinte casero
castaño concluyeron el retrato mental que iba haciendo de esta mujer, como ya
lo había hecho de las otras. La última, más joven, mostraba un atrevido tinte
rojo y sus ropas eran demasiado excesivas para una vida ordinaria ¿Camarera de
noche?
Empecé a recapitular: seis mujeres
de unos quince, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta y sesenta años, distintas
complexiones físicas, distinto color de pelo, distinta posición social.
Constituíamos un muestrario para qué, para quién. Adivínalo.
RESET (Tercer dígito)
Comenzó
a entrar gas por algunos orificios en techo y suelo hasta que perdí la
consciencia. Todo se volvió vacío. Nada.
INTERACCIÓN (Cuarto dígito)
Volví
a recuperar la consciencia al oír el sonido de algo metálico arrastrado por el
suelo. Abrí como pude los ojos y en el centro del habitáculo pude distinguir
una sola bandeja oxidada con algo de comida y un cuenco con agua. Lentamente se
acercaba, arrastrándose con dificultad, la muchacha del pelo azul. Intentaba no hacer ruido para que no
despertáramos, pero me pilló mirándola y se paró, esperando mi reacción. La
pelirroja continuaba gimoteando en su rincón. La rubia tumbada a mi lado seguía
sin recuperar el sentido, en la misma posición que la vi antes de perder el
conocimiento. A las otras dos no las podía aún distinguir con suficiente
nitidez. Me incorporé para acercarme a la bandeja y coger algo de comida. La del
pelo azul se incorporó y me clavó una mirada retadora. Acerqué despacio mi dedo
índice a mis labios y ella rápidamente comprendió: nos repartimos la poca
comida y el agua de la bandeja entre ambas.
A pesar del olor a heces y a orines
que empezaba a ser nauseabundo, comimos con ansiedad. Tal vez sería nuestra
última comida.
Cuando estábamos acabando con lo que
había en la bandeja, de repente cambió la luz del recinto, una luz blanca,
intensa, cegadora nos hizo cerrar los ojos. Sin movernos del centro del
espacio, intentamos acostumbrar los ojos a esta nueva luminosidad y descubrimos
que en las paredes había unos rectángulos que parecían puertas: dos en cada
pared.
PRIMER INTENTO (Quinto dígito)
Mi
joven compañera no lo dudó, se levantó de un salto y se acercó a cada una de
las supuestas puertas, pero estaban herméticamente cerradas, no tenían pomos,
ni cerraduras, ni cerrojos, ni aparentemente ningún dispositivo que permitiera
abrirlas desde dentro. Daba vueltas y vueltas por la habitación tocando las
paredes. Era la única que parecía tener motivación para hacer algo que le
permitiera escapar del encierro. La única.
A LA SALIDA (Sexto
dígito)
Tras
un rato sin conseguirlo, decepcionada, se sentó en una esquina, abrazó sus
rodillas y hundió la cabeza entre sus brazos. Yo mientras, sin moverme del
centro de la habitación, seguía analizando la situación: ¿por dónde habían
introducido la bandeja? Me quedé con la mirada fija en las botas Dr. Martens
que llevaba mi joven compañera y, para mi sorpresa, descubrí que estaba sentada
sobre una chapa encajada en el suelo. En ese momento, la luz se apagó y volvió
la oscuridad. Me acerqué a ella a tientas y le susurré cual podría ser la
salida. Se levantó como movida por una descarga eléctrica y nos pusimos a
arrastrar el chapón hacia un lado para dejar un hueco suficiente para su menudo
cuerpo. Ahora, además de las ocho salidas inservibles teníamos una más que
esperábamos fuera la que nos permitiera la huida.
NO TODOS LLEGAN (Séptimo dígito)
Según
lo retirábamos, una intensa luz iba iluminando la estancia. Miré hacia el
techo, al lugar de donde provenía el rayo blanco. Estaba en un plano simétrico
con el de la trampilla que estábamos abriendo, con un eje imaginario en el
centro de la habitación. No entendíamos el efecto ni el mecanismo que provocaba
esa reacción, pero no nos paramos a pensar, la chica sin dudarlo se introdujo
en el hueco y quedó en volver a contarme que había visto antes de alejarse
demasiado, pero no había desaparecido completamente cuando la luz cenital se
oscureció y no me dio tiempo más que a ver cómo desaparecía por la trampilla y caía
detrás de mí desde el hueco del techo para encontrarse de nuevo en el mismo
habitáculo del que salió. Me quedé inmóvil. Nos miramos. No podíamos comprender
qué estaba ocurriendo. Con el golpe de la caída, aunque la altura no excedía de
tres metros, dos de las mujeres que estaban con nosotras se levantaron: la
pelirroja llorona y la que tenía aspecto de mujer de la vida. Sorprendidas, nos
miraban esperando una respuesta que no podíamos darles. Las otras dos ni se
movieron. Me acerqué a la rubia que nunca llegó a despertar en el tiempo que
llevábamos ahí y comprobé que no respiraba. La señora obesa, esta vez tampoco
se movió, no pudo aguantar la tensión y las drogas que nos hacían inhalar de
vez en cuando. Ya solo quedábamos cuatro. No todos llegan al final de juego.
LA HABITACION DE MISNER (Octavo dígito)
Recordé
haber leído una explicación de los universos paralelos, similar a los agujeros
de gusano: “La habitación de Misner”. Una explicación teórica para viajar en el
tiempo: un universo simplificado en una habitación para entender el mundo y
aplicar sus leyes. Cuatro paredes que se repiten infinitamente y si se mueven
nos llevan a viajar en el tiempo, pasando de una a otra. Pero ¿la chica del
pelo azul es la misma que salió por la trampilla? ¿Ella ha encontrado a las
mismas compañeras de encierro con las que estaba cuando salió? ¿Tenemos la
misma hora en nuestros relojes que ella? Tú, que nos observas desde fuera ¿que crees?
LIBERACIÓN
Gracias
al código de ocho dígitos que acabas de adivinar, las cuatro mujeres que quedan
podrán salir del encierro, su castigo está cumplido. Espero que este tiempo de
reflexión les haya servido para enderezar sus mediocres y desastrosas vidas y
finalmente hayan aprendido que solo con disciplina y cumplimiento se obtiene la
verdadera libertad. Nos vemos en París.
TECLEA EL CODIGO
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Si
el caso es que no has adivinado el código, ya pueden empezar a rezar si son
creyentes o a despedirse del mundo si no lo son, pues una vez tecleado un
código erróneo la habitación se bloqueará y se convertirá en su tumba, y tu
habrás perdido el juego. No nos veremos y, quizá, ya no exista París.
EPÍLOGO
Solo
quienes han sufrido secuestro y reclusión sin conocer ni entender los motivos y
han llegado hasta el punto de estar convencidos de que no había futuro, pueden entender
lo que sienten los personajes de este juego. Y en sus mentes jamás desaparecerá
la fecha de su liberación si fueron de los afortunados que sobrevivieron al
macabro juego de alguien que se creyó JUEZ de la historia. Quizás tu hayas encontrado
la clave de la libertad. O quizás, tengas que volver a jugar para encontrarla.
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►
VOLVER A JUGAR
Publicado en el Vol. VIII y último de GENERACIÓN SUBWAY : BYE, BYE, ANTÍGONA
VV.AA. Coordinado por Mónica Sánchez