Hay quien nace con un remolino en el
flequillo y esto ha de marcar su sino de por vida. El gesto de retirarlo de la
cara cuando está crecido, el tipo de corte de pelo y la colocación de la raya o
el hecho de eliminarla, seguirá inevitablemente los designios marcados por el
intransigente remolino. Pocas cosas hay en el físico de una persona que
permanezcan obstinadamente en el tiempo a pesar de los cambios de modas y de la
madurez del individuo y que doten de tanta impronta a su poseedor como un
remolino.
Y
siendo consecuente con su marcada tendencia, modulará el discurso ante sus
amistades y colegas, jactándose de la inevitabilidad de su posición y su razón,
justificada por el imperativo de un mechón de pelo indómito e indomable. Qué se
le va a hacer. No se puede cambiar así como así a una persona y su coyuntura.
De este modo se posicionará en la sociedad y en la profesión y defenderá los
principios de forma vehemente por el mor de un mechón.
Sus
acciones, aunque aparezcan injustificables a los ojos de sus vecinos, merecerán
la explicación de la inherencia de su condición capilar. Y así encaminará sus
pasos y su futuro, con la seguridad de un aval de nacimiento que le justificará
de por vida. Y sintiéndose tan seguro y enardecido por la elegancia de la
creencia, expandirá sus razones manipulando poco a poco a los que le rodean y,
con el tiempo, a toda la población, consiguiendo que le imiten y coloquen del
mismo modo sus flequillos aunque los tengan que engominar para conseguir el
efecto contranatural requerido.
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