— Hola Paco, dame un número bonito.
— ¡Hombre, Julián! Cuánto tiempo que no te pasas a saludar…
— Sí, hace tiempo que dejé de hacer muchas
cosas.
— Tengo un tres, seguro que te va bien,
además el tres es el número del optimismo, la felicidad, el disfrute de la
vida…y me parece que tú lo necesitas.
— Bien. Me vale un tres. Toma, no llevo
cambio.
— Para eso estamos, hombre. Ten, la
vuelta.
— ¿Y no me vas a contar cómo viene la
tarde? Como hacías antaño.
— Antaño… Dejé de mirar por la ventana,
Paco.
— No me digas que al final se marchó.
— Todo termina en esta vida.
— Ya decía yo que no venía últimamente.
— Somos gente de rutina en este barrio.
Café con porras en El Sol, número
cada viernes por si cae, partidita de dominó con el carajillo de después de
comer…
— Eso no debería acabar nunca.
— No, no debería.
— Julián, ella me contó…
— Mentía.
— No era mujer de chismes y mentiras.
— Mentía Paco, te digo que mentía.
— La asustaste, tío.
— Teatro, puro teatro.
— Lo saben en el barrio.
— Me importa un carajo el barrio. Cada uno
en su casa…
— Hay límites a la intimidad, Julián.
— Son todos unos chismosos, les gusta
hurgar en vida ajena.
— Julián, ya sabes que te aprecio.
— Si, lo sé.
— Llamé a la pasma.
— Lo sé.
— Te he vendido el último número.
— Cierto.
— Qué le vamos a hacer. Todo se termina,
hasta los números.
— Lo siento Paco. Guardaré este último
número de recuerdo. Adiós. Saluda a mi Consuelo si te tropiezas con ella allá
donde vayas. Ya oigo la sirena que se acerca. Me voy a tener que alejar del
barrio por un tiempo. Todo se termina.
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