Normandie

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miércoles, 7 de mayo de 2014

Una tumba no es lugar seguro para desaparecer


“Piensas, «¿cómo se puede hacer?
¿Cómo se puede hacer daño a alguien que ya está muerto?»”
Jim Thompson. El asesino dentro de mí.

Cada mañana era lo primero que hacía, ir a mirar desde mi ventana. Tenía que encontrarle. Ya le había visto en más de doce ocasiones, pero siempre había logrado desaparecer de mi vista antes de que pudiera hablarle. Decirle que a pesar de todo aún le amo.

Sabía que era cuestión de tiempo, de tesón, de muchos cafés delante de la ventana. Rostros, nombres y direcciones iban pasando delante de mí y yo los guardaba a todos. Eran la clave para llegar a él. Tenía que ser cuidadosa y seguir siempre la misma rutina, un paso en falso y le perdía. Pero ellos me iban a acercar a él.

De todas formas, la vida se construye sumando momentos y, en uno de esos aleatorios momentos que derivan tu existencia, le vi. Era él. Su rostro. Su nombre. Su dirección. Su dirección!

Únicamente me quedaba seguir el protocolo, como cada vez. Paso a paso hasta llegar a él. Me puse aquel vestido sexy que tanto le gustó siempre, mis zapatos de tacón diez centímetros, mis labios rubí, y me fui tras él. Esta vez le alcanzaría…

Seguí su rastro desde mi ventana. Amigos, amigos de amigos, grupos, compras, búsquedas… ahí está. Es tan fácil. A por él.

Otra mañana más, sigo sintiendo lo mismo, esta angustia, este odio, esta nausea. Nada ha cambiado. Tengo que encontrarle. No le puedo perdonar que desapareciera y me dejara con esta soledad, con esta angustia. Una tumba no es lugar seguro para desaparecer. Te volveré a encontrar de nuevo desde mi ventana… y te volverás a esconder una vez más.

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