Sentí mis lágrimas, cálidas,
deslizándose por mis mejillas y esa sensación de vida, centrada en dos pequeños
surcos sobre mi rostro, fue el detonante que puso de nuevo en marcha los
mecanismos de mi cerebro. Pensé que lo primero era revisar la situación, mi
mente analítica estaba perfectamente entrenada para ello: respiraba, buen
indicio para empezar; no podía mover los brazos, eso ya no era tan alentador;
mis párpados de forma inconsciente pestañeaban, bueno, algo es; me centré en
intentar ver dónde estaba, que tenía a mi alrededor que aprisionaba mis brazos;
en medio de la penumbra, por encima de mi cuerpo, intuía un leve resplandor
insuficiente para distinguir algo relevante. No sentía dolor, buen síntoma,
pero estaba aterido y muy fatigado.
Sentados
en el sofá, medio adormilados tras la dura jornada de trabajo, cenábamos menú
chino pedido por internet que nos acababa de traer un motorista. No hablábamos,
mirábamos a ratos distraídamente el televisor sin prestar demasiada atención a
las noticias de la noche que se parecían cada noche y se convertían en una
narración rutinaria, como enlatada, en la que se sucedían los incendios de cada
verano que estaban asolando la región, los horrores de los que huyen de sus
países porque allí donde nacieron y crecieron o los matan o se mueren de
hambruna, un nuevo caso de corrupción, cuya novedad residía en la persona
investigada ya que el resto de la noticia era un calco del resto de los casos
ya vividos, y el broche de caramelo para cerrar el noticiario y borrar la
sensación de desencanto: los grandes acontecimientos del mundo del fútbol en el
día. No teníamos hijos porque así lo habíamos decidido ambos, tras realizar un
análisis de ventajas e inconvenientes para nuestras vidas y nuestras carreras
profesionales, por lo que nuestra cómoda, agradable y planificada vida de lujo
se había convertido en una tediosa rutina a la que faltaba un cierto aderezo.
Nacho,
mi mejor amigo, compartía mis momentos de crisis, tanto las del trabajo como
las personales. Siempre estaba dispuesto a estar en dos horas en el sitio
acordado para ir a comer o tomar unas copas cuando le llamaba. Lo notaba
enseguida en mi voz y arreglaba su plan del día para estar conmigo.
─Deliciosa
esta ginebra Gim Sea, gallega, la
descubrí hace poco, en Salón de los Destilados de la Guía Peñín.
─Si,
muy buena, siempre me sorprendes. ¿Otro gin
tonic?
Nacho,
somos amigos desde la Universidad, hemos pasado más de dos apuros juntos y
hemos sobrevivido a alguna borrachera…eso nos ha hecho hermanos. Sé que eres el
único en quien puedo confiar. Siempre estas con una copa delante cuando la
necesito. Hoy sin embargo percibo un escondido gesto de preocupación ¿qué me
ves que te hace dudar? ¿Mi verborrea ha cambiado? Puede ser. Es cierto que en
otras ocasiones ya llevaríamos más de cuatro copas y ahí está la segunda sin empezar.
Y
tomando un largo trago, empecé a hablar.
Esa
noche no dormí. Cuando se abrió la mañana, Nacho y yo seguíamos en el coche, él
escuchando y yo descargando mi alma. Le acerqué a su casa y me tomé un café
doble bien cargado para despejarme. Me sentía aliviado y tranquilo. Esperé
delante de la agencia de viajes a que abrieran y me presenté en casa. Alicia
dormía aún, le preparé un desayuno de los de película y se lo subí en bandeja a
la cama. Al entrar se despertó, se desperezó y me miró con cara de hoy hay
guerra. Pero le planté la bandeja delante y no le pareció mal, dejaremos la
guerra para después del desayuno. Me senté a su lado mirándola saborear el café,
las tostadas, las frutas, el yogur, deleitándose en cada bocado, en cada sorbo,
chupando la punta de los dedos manchada de mermelada y pasando luego la lengua
por los labios, para retener el sabor un poco más de tiempo. Al coger la
servilleta descubrió el sobre, lo abrió, le brillaron los ojos al ver la
reserva de la cabaña de esquí y los billetes de avión y me besó. No tuvo lugar
la batalla que se avecinaba. Llevábamos ya veinte años juntos y nos hacía falta
un revulsivo como este, que erradicara esa enfermedad interna que no se deja
ver pero que corroe la relación como las termitas, vaciando la albura del
matrimonio y manteniendo la corteza social de las apariencias.
Alicia, ¿dónde está
Alicia? Mi corazón dormido empezó a latir con taquicardia. Intenté de nuevo
moverme pero me sentía atrapado, aplastado, casi sin poder respirar. ¿Dónde
estaba? Tranquilo, piensa, piensa. Primero mueve los dedos de las manos…si, los
siento, apenas un leve movimiento pero están bien. Ahora, la cabeza, hay que
hacer hueco para respirar, percibo una especie de rama que me araña la piel y
debe ser esa rama que tengo encima lo que me ha permitido seguir respirando.
Respira despacio, hay que aprovechar el poco aire que haya y esperar, esperar,
continuar vivo.
Nacho
esta vez estaba solo tomándose un gin
tonic mientras escuchaba las noticias del telediario:
«Ayer sábado por la tarde en los Alpes
Suizos se ha producido una avalancha que ha dejado, según la policía del cantón
de Valais, 4 fallecidos y un desaparecido. En el grupo también había una mujer
de 51 años que no fue arrollada por el alud. Los 4 fallecidos, dos mujeres y
dos hombres, eran de nacionalidad francesa, residentes en Paris, la
superviviente y el desaparecido son españoles, residentes en Madrid.
Los seis implicados en el accidente
estaban haciendo esquí de travesía cuando los arrolló una avalancha cerca del
puerto de montaña del Gran San Bernardo. Los esquiadores se desplazaban fuera
de las pistas cuando una placa de nieve de uno 80 x 300 metros se desprendió y
los arrastró.
Según la policía, a pesar de las difíciles
condiciones meteorológicas, los fuertes vientos y la densa niebla, se continúa
con la búsqueda del esquiador desaparecido, marido de la mujer que pudo evitar
el alud y que dio el aviso de alarma llamando con su móvil al teléfono de emergencias.
Gracias al GPS del Smartphone pudieron localizarla en seguida y parece que su
marido también llevaba el Smartphone con GPS por lo que hay esperanza de
encontrarle aún con vida.»
Al
principio no prestó mucha atención a la noticia, pero cuando salió la foto de
la superviviente, dio un salto que hizo caer al suelo la copa del gin tonic para acercarse a la televisión
y confirmar lo que su primera impresión le había sugerido: si, esa es Alicia.
Voy a seguir
moviendo las manos, para mantenerme despierto. Menos mal que trajimos buenos
equipos de montaña. Siento la boca seca. Lo que daría por un buen gin tonic.
Estoy desvariando. Puedo distinguir que sigue deslizándose agua por mi cara
pero ahora es fría, no cálida, es un goteo continuo, quizá con el calor de mi
respiración se está deshelando la escarcha de las ramillas. Tengo que
aprovecharla para beber. Que delicia unas pocas gotas de agua. ¡Dios mío! esos
ruidos…espero que no esté cediendo el árbol y me quede aquí, en esta tumba de
hielo atrapado para siempre. O tal vez me estén buscando. Ojalá me estén
buscando. ¡Ehhhhhh! ¡Aiiiiiiiii! Apenas puedo articular palabra en mi garganta
congelada, pero tengo que intentarlo ¡Ahhhhh!
─Rober, Rober, contesta, dime que estás
bien, estamos aquí, estamos aquí, aguanta por favor, por favor. Soy Alicia,
Alicia.
Lo primero que pedí cuando pude volver a
hablar en el hospital fue un gin tonic.
El doctor pensó que estaba delirando por el tiempo que había estado con escasez
de oxígeno pero Alicia me miraba sonriendo y le dijo al doctor: «Ha vuelto, por
fin ha vuelto».
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