Normandie

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martes, 30 de junio de 2015

La voluntad encantada


Aún no se qué me hizo acercarme a la casa, esa casa que tanto odié en mi infancia y que, desde entonces, no había vuelto a pisar hasta ahora. Tal vez fue la tormenta, o las campanas de la vieja iglesia, quizá el olor a la cebada húmeda de los campos en septiembre. Todas aquellas sensaciones se confabularon en mi mente para empujarme de una forma irremediable a cruzar el umbral del agujero de gusano que me ha transportado a este espacio intemporal que arrastra mi voluntad.
Los jirones de cortinas y tapices se enrollan en mi pensamiento, impidiéndome orientar con claridad mis pasos. Las termitas horadan, invisibles bajo la piel, mi cuerpo de madera, dejando las vísceras a los carroñeros que esperan, pacientemente, en los barandales de los balcones heridos por la herrumbre de los años de olvido.


Oigo cantos lejanos de letanías de muerte que huelen al perfume de los lirios y azucenas que han dejado los espíritus de mis antepasados posados a mis pies. Siento un pánico irracional que me empuja a gritar para salir del círculo encantado,  pero sólo oigo las olas del mar rompiendo contra el dique del presente. La locura finalmente me ha atrapado y me ha hecho firmar un contrato de por vida, que, irremediablemente, me obliga a vivir en la morada que erigieron mis ancestros, atrapado entre balaustres de oro y partituras de responsos incesantes.

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