Normandie

Normandie

lunes, 2 de marzo de 2015

Próxima estación...

Un día como tantos días, acompañada de mi rutina que es una vieja amiga y conocida, nos dejamos arrastrar por las escaleras mecánicas hacia los túneles del inframundo en los que una multitud de parejas como la nuestra se concentran adormiladas y aburridas para trasladarse bajo la ciudad soportando una jornada más que no les llevará a ningún futuro.

Próximo tren en cinco minutos…

Me entretengo fisgoneando a los que me rodean. Estoy sentada esperando. Veo a mi derecha un túnel negro y oscuro. Un anciano se sienta a mi lado y me habla. No tiene a nadie y yo le escucho. ¡Tiene tantas historias atascadas que contar! Le sonrío y veo que lo agradece por la expresión de sus ojos. Es dura la ciudad para los que no tienen camino. Aquí, sentado a mi lado, espera como yo. Se une a mi destino olvidando su origen.

Próximo tren en cuatro minutos... “

Me siento bien. El tiempo que a mí me sobra a él le falta. Se lo regalo. Nos conocemos desde el origen, pero solo aquí donde no llega la luz y todos nos parecemos. Donde el olor que impregna las paredes lo llena todo, lo tapa todo, lo iguala todo.

Próximo tren en tres minutos... “

Gracias hija por estar conmigo. Gracias por empujar este minuto hacia un lugar que no imaginaba cuando llegué. Por dirigir mis pasos hacia un abrigo, allí dentro del túnel. 

Próximo tren en dos minutos... “

Mañana me gustaría volver a contarte historias pero ya no estaré, me habré perdido. Tú seguirás esperando mirando a ese túnel y no recordarás haberme conocido. Tú seguirás...

Próximo tren en un minuto... “

Por qué me mirará ese hombre vacío... Me subo al metro sin encontrar un sentido…

Próxima estación Barrio de la Concepción

Llego a la estación destino y desciendo del convoy. No sé muy bien por qué estoy en esta estación, pero si he llegado hasta aquí, es porque quería ir a algún sitio, que no recuerdo. Me siento incómoda, paseo por el andén y me acerco al plano del metro. Barrio de la Concepción. En un principio fue la concepción.

Próximo tren en cinco minutos…

Me acerco al centro del andén, donde hay menos gente esperando para acceder más cómodamente a una de las puertas. A mi lado una niña aprieta la mano de su madre, para fundirse con ella y que nada ni nadie las pueda separar.
                                                                                                                                                                                                                   
Próximo tren en cuatro minutos... “

Yo también era una niña y me llevaban mis padres de la mano. No se sueltes, me decían, que en el metro te puedes perder y alguien te podría llevar y nunca más volveríamos a vernos. Yo apretaba mi manita dentro de la manopla para no soltarme de esa mano que me aseguraba tranquilidad y alejaba mis miedos. Recuerdo que al llegar pasábamos por una heladería en la que vendían polos de hielo de sabores a una peseta. Un palillo redondo sujetaba un cilindro de delicioso hielo con sabor a limón, mí preferido, o a horchata, el que le gustaba a mi madre. Para cuando acababa el polo, ya habíamos llegado a casa de mi tía, a la que íbamos a visitar y yo me quedaba jugando en el jardín al que daban los dos portales de las casas, con mi prima y sus amigos. Aún tengo grabado ese olor a cola de carpintero y a serrín que salía de los bajos al lado del portal.

Próximo tren en tres minutos... “

La niña me mira con recelo mientras le sonrío. Apoya su carita en la cadera de su madre, para sentirla, para avisarme: estoy protegida, no te acerques. Pasan los minutos sin consciencia y de nuevo estoy desplazándome en el metro, de pie, sujetándome casi de puntillas a una barra horizontal paralela a la dirección de las vías que me guían.


Próxima estación Núñez de Balboa

Desciendo empujada, arrollada por los viajeros a una estación que me resulta familiar. En ella, espero. Recuerdo haber vivido esta situación antes. Esperaba también en un andén a que alguien llegara, me vuelve ese sentimiento de ansiedad y de búsqueda entre la multitud, esperando encontrar una mirada conocida. Recuerdo que venía a esta estación cuando venía al colegio. Hace tantos años…

Próximo tren en cuatro minutos... “

Me encantaba pasarme las horas riendo y charlando con ella. Nos reíamos de todo porque todo lo amábamos y sentíamos que podíamos comernos el mundo, teníamos esa sensación de estar por encima de todo y de todos, nosotras, nuestro mundo, era lo único que nos importaba. Éramos tan jóvenes…

Cuando íbamos a clase quedábamos en esta estación, dentro, en el andén esperaba la que llegaba antes. La estación como ahora, era oscura y gris, un poco agobiante, como son las estaciones por la mañana temprano, tan llenas de gente medio dormida, mal peinada por las prisas, corriendo desde los pasillos o esperando con abulia la llegada del próximo convoy. El olor a polvo húmedo y a metal de los raíles se unía al los perfumes mezclados con los sudores de los que no habían tenido tiempo para la ducha de la mañana, creando una ambiente nauseabundo.  Los viajeros apretados en el andén, leían, dormitaban, entretenían la espera fijándose en los demás o robaban conversaciones ajenas para pasar el rato.

Próximo tren en dos minutos... “

En medio de esa monotonía, llegaba ella y, desde ese momento, dejaba de ver al resto, mi mirada sólo se centraba en los pasos que le quedaban para llegar adonde yo me encontraba. Todas las demás sensaciones desaparecían cuando nos encontrábamos y no parábamos de hablar, de cotorrear las dos a la vez lo que habíamos hecho la tarde anterior. Y no eran grandes aventuras ni excitantes actividades, pero eran nuestras vidas, nuestras sensaciones, nuestros aprendizajes juveniles. Nos encontrábamos como en una burbuja que nos aislara del entorno, como en un palco privado en el andén, a cubierto de las miradas de los demás.

Próximo tren en un minuto... “

A veces traía un bollo recién comprado en la panadería “para desayunar algo antes de clase” y yo la miraba cómo lo saboreaba casi con lujuria, cómo recogía con la lengua los restos de crema que le habían quedado pegados a las comisuras de la boca. Sentía el dulzor de la crema en mis labios mientras la miraba a ella. Un día, como tantos, empezó a saborear su napolitana de crema, pero se detuvo, me miró, me sonrió y me alargó un envoltorio que había mantenido escondido. “Una napolitana para mí… ¡para mí! Qué tía tan estupenda eres, ¿cómo se te ha ocurrido?”. Pero la guardé en mi bolsa excusándome “la dejo para el descanso, que yo ya he desayunado”. Me miró sorprendida y terminó su bollo de un bocado porque llegaba el metro y no podíamos perderlo.


Próxima estación Ópera

Recuerdo bajarme en esta estación con mi bolsa que guardaba mis medias, el maillot, las zapatillas rosas de media punta, y con mi moño de bailarina que cada tarde me recogía apenas sin mirarme al espejo por la costumbre.

Adoraba las clases de ballet, siguiendo los ejercicios con el ritmo que marcaba el pianista, porque por entonces había un piano y un pianista en la sala además del profesor que nos hacía estirar al máximo nuestros músculos en desarrollo y buscar la perfección en cada gesto, siempre acompañado de una sonrisa forzada por la tensión.

Nos reuníamos todas en los vestuarios, para dejar el abrigo y cambiarnos, pasar de escolares en uniforme a pequeñas hadas en rosa palo. Nos transformábamos en aquel vestuario, hasta nuestra forma de hablar y de movernos cambiaba por completo. Estábamos como formando parte de un cuadro de Degas, todo sutileza y elegancia dentro de la improvisación y espontaneidad de la infancia.

Próximo tren en dos minutos... “

Lástima que esta época se truncó demasiado pronto. Un error en un expediente administrativo me alejó inicialmente de mis compañeras y, finalmente, de la danza.

Próximo tren en un minuto... “

Aquí llega mi tren


“Próxima estación Esperanza”

Esperanza…tal vez lo que tengo que hacer es decidir lo que quiero, marcarme un camino y, paso a paso, avanzar. No dudar, no volver. No se puede vivir en el pasado, no se puede pagar por el pasado, ahora estoy en el vagón y es la única realidad y mis próximos pasos consistirán en salir del vagón, buscar un cartel que indique “SALIDA” y dejarme llevar por túneles y escaleras hacia la superficie, hacia el aire no viciado de las calles. He de darme cuenta y ser consciente que soy yo misma, únicamente yo quien me ha retenido escondida en estos túneles, yo con mi propia historia pidiéndome cuentas que no le debo.

Con temor, pulso el botón de la puerta, ésta se abre y salgo al andén. Ahora ya no hay nadie. Estoy completamente sola, no puedo  fijarme en las vidas de los otros, no puedo hacer vagar mi imaginación en otras horas, sólo tengo que centrarme y salir. Veo el cartel, está ahí “SALIDA” me dirijo hacía él y me incorporo a un pasillo que me lleva a una infinita, interminable escalera mecánica. Me agarro con fuerza al pasamano, como si quisiera evitar caer desde la altura. Miro hacia arriba, debo evitar volver la cabeza, mirar hacia atrás.

De fondo, escucho una música que va creciendo en volumen, grupo de aficionados que muestran su talento a los que se atreven a escuchar. Notas que se pierden en la nada cuando no hay público porque los que pasan atropelladamente por delante, no oyen. Pero no hay nadie. Al llegar al final de la escalera veo un cartel que indica: LINEA 4: CANILLAS, MAR DE CRISTAL, SAN LORENZO,. Y decido seguir esa dirección por lo que me encuentro bajando de nuevo las escaleras mecánicas hasta el andén que acabo de dejar hacer unos instantes. No hay nadie esperando, no hay contador de minutos de espera…en cuanto pongo un pie en el andén, en metro llega y me acoge, abriendo sus puertas.

“Próxima estación Mar de Cristal”

He llegado a mi parada. Esta vez sí, subo corriendo por escaleras y pasillos y alcanzo la puerta de salida. Salto hacia el mar de cristal que aparece ante mí y me diluyo en sus olas. 




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