Recuerdo que llovía a raudales cuando se apagó la luz. Mi abuela me estaba enseñando a
bordar con el dedal y el bastidor, se levantó y se fue a buscar una vela. Eran
aún las cinco de la tarde pero la oscuridad de la tormenta hacía parecer que
era de noche. Los truenos retumbaban en el patio que se iluminaba
repentinamente como si la luz intentara volver y no pudiera. Mi abuela volvió portando
una candela que producía sombras que se acercaban con ella. Me tendió el
impermeable, las hueveras de alambre y un pequeño monedero y me pidió que no me
demorara porque necesitaba los huevos para hacer la cena. Como no había vuelto
la luz, las calles estaban oscuras y a mí me parecía que las sombras que
acompañaban a mi abuela ahora venían conmigo. Así, volviendo la cabeza a cada
instante, llegue a la calle llamada “Calle de los arroyos” que por algo sería
ya que estaba totalmente cubierta por un río de agua que alcanzaba hasta más de
medio metro de las paredes de las casas. Solo tenía que cruzar la calle para
llegar a la casa de la Amelia que era quien tenía las gallinas y vendía los
huevos. Pero el pueblo había quedado dividido en dos orillas. Le pedí a las
sombras que se acercarán ellas a comprar y les di las hueveras, pero se
introdujeron en el torrente y me dejaron sola. Volví a casa asustada, sin los
huevos, pero con una historia que contaros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario