Había escrito cien veces:
te quiero. La primera
vez, cuando la conoció. La segunda, en su primera
cita. La tercera, cuando la besó. La cuarta, en la arena de la playa. La
quinta, la primera vez que unieron sus cuerpos en llamas. La sexta, cumpleaños
feliz. La séptima, vivan los novios. De la octava a la octogésima, una por cada celebración junto a un beso. Desde
la octogésima, ella ya no las leyó. Ayer escribió la centésima, la guardó en el joyero junto con
el resto y, sentado en su sillón, paró su corazón con una sonrisa.
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