Normandie

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lunes, 15 de septiembre de 2014

Las palabras de los ángeles

No puedo dejar de observarla. Desde la primera vez que la vi me hipnotizó. Menuda, ensimismada, con la tez arrugada por la sabiduría de sus días, recolocaba mecánicamente sus gafas para ampliar el universo entre sus manos. Siempre hojeando un libro tras otro y ordenando y reordenando los estantes. Es una librería pequeña, oscura, con un diminuto mostrador en el que se apilan los últimos libros recibidos. Al fondo se abre una trastienda tan pequeña que apenas pueden entrar dos a la vez. Una silla vieja y desencolada sostenía un sombrero y una bufanda que constituían el único ajuar de la librera.

Yo no he tenido la suerte de poder ir a la escuela. Desde muy pequeño mi padre me llevó al campo a trabajar con él. Quizás por eso me fascinan los libros. Son bonitos, de muchos colores, y al abrirlos veo muchas cosas que no sé interpretar pero que me atraen y quieren llegar a mi cabeza.

Todos los días me acerco a observarla desde el ventanuco que figuraba como escaparate. Intento acercarme para pedirle a la librera que me enseñe los libros, que me pase el don de poder descifrar lo que custodian en su interior. Pero no me atrevo. No puedo hablar. Dicen que fue un mal de ojo que le echaron a mi madre cuando nací. Pero ella siempre me cogía las manos con todo su amor y me decía cariño no les hagas caso, eres un ángel y por eso no puedes hablar, porque las palabras del mundo están podridas y sucias.

Hace un momento acaba de sacar un libro de una caja de madera forrada de fieltro rojo. Debe ser un libro muy importante. ¿Será el libro que cuente la historia de los ángeles? Tal vez  explique por qué no salen los sonidos de mi garganta. Me decido, cruzo la calle y cuando voy a empujar la portezuela, siento un latigazo en la cabeza. Y luego nada. Oscuridad.

Cuando me despierto, le digo a mi padre que dormita en una silla al lado de mi cama, padre tengo que ir ahora mismo a la librería del pueblo. Necesito leer el libro de los orígenes. Me mira con los ojos abiertos como platos. ¿Leer? Tú que vas a leer… Será la fiebre. Hijo, tú no sabes leer y no puedes…no puedes… ¡hablar!


Acabo de salir del hospital y en cuanto he llegado al pueblo, de una carrera me he acercado a la vieja librería. Si, ahí sigue la librera. Por favor, hágame su ayudante, soy joven y puedo mover y colocar rápidamente los libros y cargar y amontonar los que llegan en cajas. Hijo, oigo muy mal, qué me pides. ¿Hay algo en lo que te pueda ayudar? Claro, me he estado preparando para ser el librero y quiero que me adopte y me enseñe las palabras de los ángeles. Las que están en todos estos libros.




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