Normandie

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sábado, 26 de enero de 2019

MUSEO C5. El cuñao.



No creas que te vas a librar, pringao, re-listo. Yo sé quién eres y se lo que haces.

Genaro anda de un lado a otro en el piso que tiene alquilado en la calle Felipe De Diego, en Palomeras. Es un piso vacío, pequeño, sin muebles. Un espacio en el que solo hay cuatro muebles de cocina sin usar y una especie de catre en un lado. Parece un estudio “okupado” más que alquilado, quien entre no puede pensar que alguien esté viviendo allí.

En el suelo, dispersas, un montón de notas escritas en cualquier soporte inesperado: una servilleta, un billete de metro, un trozo de papel higiénico, un vaso de café de cartón abierto en abanico… y una foto de Pablo en la puerta del museo hablando con alguien. Parece una mendiga.

Genaro sale del piso y se pasa por el Carrefour que hay dos calles más allá, compra una Coca cola zero y unos Doritos y de paso se lleva un cutter escondido en la chaqueta. Por suerte no pita al pasar por el arco y sale bebiendo con ansia ese líquido que aumenta su estado de vigilia, para pensar bien.


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No era la primera vez que se dirigía al museo, la diferencia es que esta vez entraba por la puerta de servicio, contratado como vigilante de seguridad. Le había favorecido su disposición a trabajar por las noches, no debían tener muchos aspirantes a ese puesto, dios sabrá por qué. Qué cojones le importaba. Ahora Genaro va con un uniforme nuevo y cuando le ha visto la Toñi salir del cuarto casi se cae de culo de la impresión.
—¿No te habían echao? ¿A dónde vas tan pinturero?
—Nuevo destino guapa. Me dan otra oportunidad en un museo, a vigilar de noche.
—Pues ya estás tardando en buscarte un sitio, que necesito alquilar esa habitación pa llegar a fin de mes.

La otra vez fue acompañando a su cuñao, para un trabajito. Entraron casi a escondidas, jugándosela para evitar las cámaras, pero un favor es un favor y no le podía decir que no al marido de su hermana. Menuda es. Sobre todo, teniendo en cuenta que le estaba dejando un cuarto para dormir hasta que volviera a poder pagarse un alquiler. Tampoco tenía que echárselo en cara a cada minuto, la muy zorra. Y menos a cambio de ayudar a ese inútil que no hacía más que meterse en líos. ¿Cuánto le habrían pagado por sacar las cajas del museo? A saber qué contenían para pesar tanto y encima tener que hacer el porte por la noche…
Mañana mismo me busco un piso y me largo de la casa de esos dos. Le regalo unas madalenas y quedo como un jentelman, para que se entere esa de lo que es capaz su hermano, que tengo una educación y un respeto por la familia.

Creo que es ese el museo. Me dijeron que entrara por la puerta lateral, supongo que será esa.
—Buenas noches, me llamo Pablo. No hace falta que te presentes, supongo que eres “el nuevo” ya me informaron de la central que hoy llegarías. Sígueme. Te enseño donde está el vestuario y cuando te hayas cambiado, vemos las fichas de órdenes y hacemos una ronda. ¿Cómo te llamas?
Me recibe un compañero cuya cara me es familiar. Dónde he visto yo a este tipo. Bueno vamos a empezar bien el primer día, qué me digo, la primera noche.
—Genaro, Genaro Estevez. Hasta ahora hacía de conserje en una urbanización de lujo, pero me echaron.
La culpa fue de los compañeros, ese resabio que se las quería dar de listo y los otros dos que le seguían como borreguitos. Estuvo malmetiendo hasta que me echaron. Pero esos tres tuvieron su merecido: los largaron del trabajo cuando los denuncié por acoso.

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