Normandie

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lunes, 5 de diciembre de 2016

REGRESO AL BATCAVE




Estamos en Blackpool Basil, me dice Ian, ¡como en los viejos tiempos! ¡Vamos al Batcave!
Vivíamos en Manchester en los ochenta, en los años en que gobernaba La Dama de Hierro, habíamos perdido el espíritu rebelde y de protesta de nuestros hermanos mayores, los punkies, porque ellos no habían conseguido nada y ahora nos sentíamos vacíos, sin futuro.
En ese estado me encontraba cuando conocí a Rob. Estaba en el pub tomando unas pintas, en penumbra, escuchando a Bauhaus, Siouxsie & the Banshees, The Cure. No pude dejar de seguirle, me atrajo desde que llegó, tenía una mirada enmarcada por negras brumas que resaltaban el azul de sus ojos, el pelo cardado, unos labios maquillados con un rojo emborronado, que daba un toque de estudiada dejadez a sus labios. Se acercó a mí y se presentó: «Me llamo Rob» dijo mientras besaba con pasión a su chica y yo, descolocado, desvié la mirada y me centré en mi pinta, recorriendo con la vista las copas que colgaban ordenadas en hileras sobre la barra. Rob traía una guitarra y me dijo que esa noche tocaban en el Batcave, que me pasara por allí. Él solo hablaba de sí mismo, como si todos estuvieran siempre admirándole, decía que tenía el alma negra como su ciudad natal, Blackpool, cuyo nombre había condicionado su destino y su música. Citaba grupos que yo desconocía: Sisters of Mercy, The Mission, Fields of the Nephilim… y, de pronto, cambió su expresión y se marchó hacia el Batcave.  Cuando llegué yo, media hora más tarde, estaban empezando los primeros acordes, tenían un sonido nuevo que nunca antes había escuchado, con staccatos y flanger, provocando en los que escuchábamos un sentimiento triste y fúnebre, como las ropas que llevábamos, como los tiempos que corrían. Las letras, inspiradas en los poetas del XIX, románticos, tristes, definían nuestra generación, nos dibujaban.
—Ian, hay una chica que no me quita ojo desde que he entrado, me resulta familiar, pero no estoy seguro de conocerla…
Al ver a esa chica me vienen recuerdos de los ochenta. ¿Recuedas a Sybil? Tenía una tez pálida, como recién salida de un sepulcro, era la imagen auténtica de las películas de vampiros. Parecía ser muy vieja y muy sabía, tras su cara de niña de diecisiete años, que teníamos entonces. Daba la impresión de tener oscuros conocimientos traídos desde la eternidad. Rob la adoraba y yo me moría de celos por Rob. Sí, ¡qué tiempos!
—Sí, sí, claro que recuerdo a Sybil. Era de vuestra banda. Misteriosa, atractiva… no era del barrio ¿verdad?
—No, no era del barrio, pero se integró de inmediato en el grupo y siempre fue como uno más. Ahora que lo pienso, no recuerdo cual fue la primera vez que la vimos ni de dónde dijo que venía. Todo en ella era un misterio y nadie se atrevía a preguntar mucho por entonces, quizás era parte de su atractivo. Parecía estar de vuelta de todo y en posición contra el mundo, era muy decidida y siempre tenía muy claro el camino que debíamos tomar y hacia dónde dirigirnos. Escondía una oculta obsesión que nunca nos permitió descubrir. A veces parecía odiarme sin motivo, otras veces me mostraba su amistad incondicional. Yo me sentía muy celoso porque sabía que estaba enrollada con mi adorado Rob.
Coincidimos durante unos años en Manchester. Margaret Tatcher, la Dama de Hierro, acababa de ser reelegida para su tercer mandato, fue cuando impuso la odiada poll tax, consiguiendo con ello que setenta mil personas se manifestaran en Londres con el resultado de más de cien heridos y más de trescientos detenidos. Era el caldo en el que crecimos, sentíamos que ya no nos quedaba nada, dejábamos pasar los días de nuestras vidas vacías y tristes, vagando por las calles. Buscábamos referencias y las terminamos encontrando en los románticos, a quienes leíamos con obsesión: Lord Byron, Percy Bysshe Shelley, John Keats…y, cómo no, Thomas de Quincey.  Los imitábamos, realmente queríamos ser como aquellos a quienes describían en sus libros, adoptamos su estilo, su imagen, su blanca y triste languidez en el comportamiento, su pesimismo existencial. La última noche que estuvimos juntos los tres, como tantas otras antes, mezclamos vodka con red-bull para alargar la noche y aguantar, pero Rob no lo aguantó, entró en coma etílico y nunca volvió.
—Bueno, se han vaciado las pintas. Vamos a un local que conozco donde hoy pincha Tiësto. Es uno de los Top ten en Progressive Trance.
Entramos al local atestado de gente. Sobre la pista hay como una pasarela, llena de chicas vestidas de fiesta, con tan poca ropa como si estuviéramos en Ibiza a pesar de la lluvia constante de este clima gris. Sus sandalias se unen al pie de forma inconcebible: apenas unas finas tiras que cruzan los dedos y taconazos de vértigo. Beben, pero no bailan, esperan, se muestran a los depredadores que andamos por allí a la caza. Marionetas de muestra esperando una noche inolvidable. «Vamos a por una copa, allí hay una barra accesible». Aunque ya vamos bastante cargados, hay que llevar una copa en la mano. Subimos al segundo piso, allí está el santuario…Flashes de luces intermitentes se suman al alcohol que llevamos dentro y nos enloquecen. Nada más entrar nuestros cuerpos convulsionan, saltamos, bailamos, gritamos y, en el escenario, en el altar, en medio de una nube de luces, está él, magnífico, como un dios lanzando cristal a sus vasallos, los brazos abiertos en alto, como un gran sacerdote: Tiësto. Las luces, el alcohol y la música nos empujan a bailar, a saltar, queremos llegar al cielo esta noche, volamos. Los loops nos llenan de electrónica que nos hace vibrar. El sonido reverbera en la sala persistiendo, aunque hace rato que cambió el corte… Una rubia baila como una serpiente en la pista. Su cuerpo me hipnotiza. No puedo dejar de mirarla. Los patrones siguen sus movimientos, las líneas de bajo y melodías dejan paso a patrones hipnóticos, repetitivos y arpegiados con cambios y subidones largos, largos…
Veo de nuevo a la chica del pub, ahora estoy seguro de que la conozco… Me acerco a ella y la abrazo por la cintura. Me mira y sonríe. Hay tema. Esta noche.
Terminamos juntos, esta vez en el charco negro pintado con el color de la turbera que se acaba diluyendo, como nosotros, en el Mar de Irlanda. Esta noche es una noche especial, la luna se oculta tras las nubes dando un toque siniestro, diría que gótico, al paisaje. Me convence para ir a su casa y, una vez en el dormitorio, me pide que le pinte un grafiti para inmortalizar la noche. Accedo hipnotizado a sus demandas.
A media noche abro los ojos y siento mi cabeza pesada, tengo una terrible jaqueca. No debí cargarme tanto anoche. Estoy desorientado, es un lugar lóbrego y húmedo, tiene el hedor de la muerte. Busco a tientas mi mechero en el bolsillo y, al encenderlo, veo a mi lado una anciana que yace recubierta de tules blancos como de un traje de novia, con un grafiti en su pecho. Al intentar levantarme, la anciana se sienta a mi lado y me dice que es nuestra noche de bodas, con una mano me sujeta con gran fuerza y consigue que se apague la llama. Aterrado, vuelvo a encender el mechero, que prende los tules que lleva puestos la anciana, giramos desesperados, ella gritando y yo intentando deshacerme de ella, hasta que la anciana afloja su abrazo y veo cómo sus cenizas se esparcen a mi alrededor…

Ulises en la isla de Wright VVAA
http://espacioulises.com/libreria/ulises-en-la-isla-de-wight/
Espacio Ulises
Playa de Ákaba

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