Normandie

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martes, 15 de marzo de 2016

La mujerzuela de Veracruz



Todos se les quedaron mirando y llevaron la mano a la empuñadura de la espada en un movimiento automático cuando entraron en la cantina. La vestimenta que llevaban los extranjeros no era la que estaba al uso en aquellos días entre los bucaneros. Pero los recién llegados ni se inmutaron, continuaron hacia la barra y pidieron, con marcado acento inglés, que les sirvieran ron. Tras ese momento, las conversaciones bajaron el tono y miradas furtivas les acecharon desde todas las mesas.
─¿Está preparado ya el galeón? ─dijo el más fornido y posiblemente el de más edad de los dos.
─Esperando el amanecer ─contestó el más joven.
Dieron ambos un trago mientras veían bajar por la escalera a un hombre con el torso descubierto, fuerte y bien parecido, rodeado de mujerzuelas con las ropas descolocadas. Bastó una mirada hacia la barra para que se soltará de un empujón de sus acompañantes y dando un salto cogiera una espada que había pillado cerca de dónde se encontraba y se acercara hacia donde bebían los extranjeros:
─Vaya, vaya, Henry y Francis ¿qué hacen dos corsarios ingleses en Veracruz?
El silencio se apropió de la cantina, las mujeres corrieron al piso de arriba. Solo lo rompió el sonido de los cristales de una botella de ron al golpear la cabeza del más joven de los extranjeros, para que se iniciara la pelea. No todos eran lo que parecían, de algunas mesas llegaron más corsarios ingleses que habían permanecido ocultos bajos sus capas y sombreros. Henry no dudó en desenvainar y enfrentarse al pirata español. Francis se recuperó cuando le iba a llegar un segundo botellazo que logró esquivar, empuñó la espada y con un corte en la pierna del atacante le hizo caer, lo que basto para que le hundiera la espada en el pecho. Mientras, Henry se empeñaba en su lucha con el español.
Fue entonces cuando se escuchó el primer cañonazo. Todos se quedaron inmóviles, con las espadas en guardia, escuchando, sorprendidos. Henry rompió el silencio.
─Veracruz ha sido tomada para la corona británica, rendíos, no tenéis nada que hacer.
Un segundo cañonazo y temblaron las paredes de la cantina. Saltaron esquirlas por doquier y vieron cómo uno de los muros caía y les permitía distinguir a un galeón fondeado en el muelle dirigiendo sus cañones hacia la ciudad. No se percataron de que mientras miraban al galeón, una de las mujerzuelas que se había refugiado tras la barra de la cantina se había hecho con una espada y se la había clavado al gran Henry por la espalda, ni siquiera le había dado tiempo a Francis a reaccionar. Fue el español, caído su adversario, quien lanzó un espadazo contra él y de un tajo le dejó malherido.
Ninguno de los allí presentes fue consciente de que una mujer de mala vida impidió a los corsarios ingleses que conquistaran Veracruz.

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