No duerme. Cuando se acerca la noche y se oscurece la ventana, su
mente busca el sentido de lo que le traerá el día cuando despierte. Pero está
soñando, o tal vez no. Dentro de la oscuridad se le revela el secreto de sus
deseos, de la búsqueda real, del trote descontrolado. Bocetos de imágenes parciales
e inconexas, determinados por la bruma, entre las sábanas. Cuando el insomnio
se aleja, comienza la mañana.
Antes
de saborear el café obligado, busca las letras que componen el día. Abre el costurero,
escoge los hilos de colores y comienza a bordar versos que la representen, que
vayan por delante de ella iluminando el camino, para llegar a donde le lleva la
vida. Se deja caer en el serijo, agotada, mientras rebusca entre los alfileres
que escaparon de la caja que los guardaba y ahora hieren sus sentidos. Su mano
se aparta, dolorida. Añora las horas de la placidez oscura, del descanso
buscado, del silencio tras los cortinajes que ocultan la ciudad.
Es el momento en que cree oír un llanto desconsolado. Su pecho
se llena del néctar de la vida.
En su garganta se inicia una nana dulce que apenas roza sus
labios.
Sus
ojos inundados le impiden ver, ¿dónde está?, estaba cerca pero no le ve. Se
frota con la manga para limpiar la mirada pero solo consigue extender una
mancha negra por los párpados. Escuecen los ojos.
Escucha
con atención. Ya no oye nada.
Ahora la mirada le devuelve la realidad que ocultaban las
lágrimas: una cuna vacía.
Todos los alfileres se han clavado en sus pechos, en su vientre.
Tumbada en el suelo, duerme.
Gime, llora, calla, grita. Le despierta un grito. Su grito.
Se levanta dolorida y
deja caer su mirada a través de la ventana cuatro pisos hasta chocar con el
asfalto. No siente el golpe, no siente nada. La medicación corre por sus venas
cambiando su entorno, diluyendo en su camino lo que queda de ella.
Su mente desarmada y
sus extremidades amoratadas por las cinchas la mantienen recluida. Todo está
oscuro. Pero ella sabe que todo es blanco: la cama, las sábanas, los muebles,
las vendas…
Oye una luz que le apacigua. Sigue un túnel que la impulsa a
correr, esperanzada.
Vuela.
Un celador con guantes azules recoge las sábanas y las echa en
un cubo, dentro de una bolsa de plástico azul.
Otro celador retira la cama.
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