"Il n'y a pas que du beau dans la tête de l´homme."
Pars Vite e reviens tard
Pars Vite e reviens tard
Fred Vargas
Lunes de nuevo. Qué cansado
estoy. Descarto la ducha y el desayuno, me pongo lo primero que encuentro, y
salgo corriendo. Alto! Hay algo pintado en la puerta de casa, una especie de
símbolo que no reconozco. No estoy para bromas, cojo el ascensor y bajo a la calle
a coger el autobús. Ya pensaré luego qué hacer con la puerta. En la radio
comentan el estado de los últimos posibles afectados por el ébola. Parece que,
de momento, los resultados son negativos. Menos mal. El enfermero mejora poco a
poco. Sé fuerte y sobrevive al virus, elimínalo de tu cuerpo por favor. Bajo
del autobús y continúo andando. ¡Qué pocos coches aparcados! ¡Cuántos sitios
libres! ¿Será fiesta hoy? ¿Qué día es hoy?
Entro por la puerta lateral del
Hospital Universitario de Alcorcón, como cada día, pero hoy no hay nadie.
Siento como si alguien me siguiera a distancia, me vuelvo, pero no veo nada
irregular. En la recepción está Maite leyendo un libro. Maite, ¿qué ha pasado?
Ya sabes, el miedo al contagio. No vienen pacientes últimamente, las consultas
están vacías. Vete haciendo a la idea Manu, somos el hospital maldito. Me ha
dicho Susana, la de administración, que ayer cancelaron quinientas citas y
hasta alguna operación planificada. ¿Qué me cuentas? Y, ¿qué hace la dirección?
Lo de siempre, hablar con la Consejería de Sanidad…
No hay mucho trabajo. Yo también
soy enfermero y pienso que ahora podría estar aislado, en una habitación dentro
de una burbuja de plástico, luchando como mi compañero. Pero he tenido más
suerte y sigo como si nada hubiera sucedido. No quiero recordar nada, no quiero
pensar. Siento ataques de pánico si lo hago.
Tras una jornada tranquila que no
me ayuda a dejar de pensar, vuelvo a casa. No sé bien por qué me meto en el
metro, subo a la línea doce y me dejo llevar. Cuando oigo “estación Puerta del
Sur, correspondencia con línea diez”, mis pasos se dirigen a la puerta y hago
el trasbordo. Voy como un autómata, con la mirada fija en el infinito, paso
rápido y firme sin ver apenas lo que hay a mi alrededor.
Una vez en la línea diez me
siento y veo pasar las estaciones. Sigo sin pensar hasta que una imagen rompe
mi estado y me devuelve a la realidad: un graffiti
en la estación de Tribunal. Ese símbolo… ¡es el que había en la puerta de
mi casa cuando salí! Doy un salto y consigo dejar el vagón justo antes del
cierre de puertas. Retomo la línea en el sentido contrario y vuelvo a Alcorcón.
Cuando llego a la estación de Puerta del Sur me siento agobiado del recorrido
en el metro y decido salir a coger el autobús. Línea dos: este me deja cerca de
casa. Me dejo llevar.
El autobús pasa delante del
hospital en el que trabajo, cerca de mi casa. Miro las calles con desinterés.
Doy vueltas y vueltas a lo que he visto. Tengo que averiguar qué es y quién lo
está haciendo. Quien me señala. El autobús hace su parada en el hospital y, en
un lado de la puerta lateral, vuelvo a verlo: el mismo símbolo. Cuando salí
hace una hora no estaba. O simplemente no me fijé. Sigo mi trayecto hasta casa
y allí sigue en mi puerta acusándome. Siento que hay un mensaje detrás de todo
esto. ¿Es posible que alguien sepa que yo estaba con él ese día…? No lo creo.
No puede ser. Me empiezo a poner nervioso. Calma, calma.
En la televisión un locutor
explica que parece que el contagio se produjo al rozar un guante contaminado la
cara del enfermero afectado. Y no se explican el error en el procedimiento ya
que siempre un compañero debe ayudar a quitarse el traje… Mi casa, Tribunal,
Hospital. Siento pánico. Fui yo. ¿Quién ha podido enterarse?
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